Una noche de entrenamiento

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Sarada sintió cómo su cabeza le estallaba. Ya había escuchado demasiado esa noche. No era como si le sorprendiera; desde que vio el humor de su madre en la cena, adivinó que vendría una severa discusión cuando ellos creyeran que Sarada ya estaba dormida. Como siempre, la mejor hora para discutir. No sabían, por supuesto, que Sarada no descansaba hasta que cesaban los gritos. No porque le gustara escuchar lo que decían, sino porque quería asegurarse de que ninguno se iría de la casa. Inojin llegó a decir que sus padres vieron una película donde la pareja se separaba y el hijo terminaba suicidándose. Sarada temía, no por el suicidio, sino por lo estresante de aquella situación.

Simplemente, cuando supo que ya no podría soportarlo, tomó su bolso de kunai y salió a entrenar. Prefería estar fuera de la casa a seguir escuchando a sus padres discutir. La cabeza le estallaba, volvió a ella el dolor en el pecho que sintió al despertar el sharingan. Volvió, volvió más fuerte.

Sarada era consciente de que nuevamente el color rojo teñía sus ojos, pues la calidad con la que veía era más que buena, aunque había terminado por acostumbrarse a las gafas: habría sido molesto buscar las gafas entre el pasto una vez desactivara el sharingan.

Corrió hasta llegar a la casa de Yūyin. Sabía que él estaría cenando con su padre, pero no le importó. Sopesó la posibilidad de entrar por la ventana y arrastrarlo a la calle, mas creyó que no era la manera más adecuada de un Uchiha para presentarse. Mucho menos cuando se trataba de la familia Kurogachi.

Tocó la puerta un par de veces y miró hacia la dirección de su casa. Sus padres podrían alcanzarla si Yūyin no se daba prisa.

La puerta se abrió después de unos segundos y Sarada vio detrás de ésta a Yūyin con un pijama azul y el cepillo de dientes aún en la boca. La miró con asombro antes de sacar el cepillo dental y escupir, un tanto ruborizado, sobre el pasto a un lado de Sarada.

- ¿Qué-qué haces aquí? - preguntó avergonzado. - Es-es algo tarde, Sarada-san.

Sin embargo, ella no contestó. Frunció el entrecejo, tomó a Yūyin de la muñeca y lo sacó de la casa. De inmediato, sin darle ninguna explicación y sin soltarlo, corrió dirección al bosque. Sasuke y Sakura los alcanzarían pronto si no se daban prisa.

- ¡Espera! ¡Sarada-san! - exclamó Yūyin tratando de seguirle el paso, pero no estaba preparado para un entrenamiento nocturno. Por fin podía descansar de las dieciséis horas que pasaba con el equipo siete y en ese momento no deseaba forzar a sus músculos.

- ¡Salta, Yūyin! - gritó Sarada antes de brincar a la rama de un árbol.

El aludido, forzándose a concentrar chakra en la planta de sus pies, la siguió. Como siempre, el chakra acumulado fue más del necesario y se agotó en un par de minutos. Empero, había aprendido a escalar sin necesidad de utilizar chakra, por lo que no le fue difícil alcanzar la velocidad de Sarada. Quiso preguntarle a dónde lo llevaba, pero recordó que era mejor permanecer callado para resistir aún más el ejercicio físico.

Finalmente, Sarada se detuvo en un claro, varios kilómetros lejos de la casa de su compañero. Esa distancia les daría un tanto de ventaja.

Se dio la vuelta para mirar a Yūyin. Él se había dejado caer de rodillas al suelo y respiraba acompasadamente. Hasta ese momento, Sarada recordó sus faltas en la concentración de chakra y se sintió un poco culpable. Había buscado un escape a sus problemas y sabía que Yūyin no se negaría a dárselo. Tal vez Bolt tampoco, aunque no era capaz de pedírselo pues sabía que el hokage no tardaría dos segundos en llamar a Sasuke y decirle dónde estaba su hija a tan altas horas de la noche.

No le dijo nada, no se pensaba disculpar. El entrenamiento que tenía planeado lo ayudaría a resistir mucho mejor. Un ninja tan decadente como él sólo sería un estorbo si no conseguía controlar su chakra.

Los tres cuarzos (Longfic SasuSaku/Familia Uchiha)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora