Capítulo 18

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Montaña rusa de recuerdos

Hailey
El sonido del timbre me sacó del sueño de golpe. Fruncí el ceño, aún con la cabeza hundida en la almohada, y forcé mis ojos a abrirse.

Esperé con ansias que mi madre abriera la puerta para no tener que hacerlo yo, pero cuando el timbre volvió a sonar me di cuenta que era poco probable.

La luz de la mañana se filtraba por las cortinas, demasiado brillante para lo que mi cerebro estaba dispuesto a procesar.

¿Quién demonios venía tan temprano?

Peor aún peor; en mi día libre, cuando lo único que quería era dormir hasta mañana.

Con un gruñido, me obligué a salir de la cama y arrastré los pies hasta la puerta, todavía en pijama y con el pelo hecho un desastre.

Lara me siguió, maullando con fastidio, como si también se quejara por la interrupción.

Cuando abrí la puerta, el aire frío de la mañana me golpeó en la cara, despejándome de golpe.

—Feliz cumpleaños, Hai. —dijo mi abuela paterna con una sonrisa suave.

Parpadeé.

Detrás de ella, mi tía Megan también me sonrió, aunque parecía un poco incómoda.

—¿Podemos pasar? —preguntó esta última.

Tardé un segundo en reaccionar, porque lo último que esperaba esa mañana era verlas allí.

Ellas no solían visitarme, casi nunca. Quizás en alguna reunión familiar obligatoria, pero no así, de repente, en mi puerta.

—S-sí, sí, claro —dije al fin, haciéndome a un lado.

Ellas entraron, y de inmediato sentí que el ambiente se volvía raro. No es que me llevara mal con ellas, pero la relación siempre había sido... distante, sobretodo después de la muerte de mi padre.

No sabía qué decirles, y ellas parecían igual de incómodas, aunque mi abuela intentaba disimularlo con su sonrisa.

Fui a la cocina a preparar café, más por necesidad que por hospitalidad, y ellas se sentaron en el pequeño sofá de la sala. Cuando volví con las tazas, me senté frente a ellas, sujetando la mía con ambas manos para mantenerlas ocupadas.

—No esperabas vernos, ¿verdad? —comentó mi tía, con una pequeña sonrisa.

—No mucho —admití, sin molestia, solo con sinceridad. No se me pasó por alto su barriga de embarazada, y le sonreí. —¿Cuantos meses llevas?

Ella me devolvió la sonrisa de inmediato y se acarició el vientre.

—Siete, dios el tiempo pasa tan rápido que no he podido ni comprar la cuna aún.

—¿Es niño o niña?

—Thomas, es Thomas.

La respuesta me dejo sin palabras. ¿Le iba a poner el nombre de mi padre?

No es que me molestara, digo era también su hermano, simplemente... era raro.

De alguna manera nunca me sentiría cómoda llamando lo por el mismo nombre que al hombre al que llamaba papá.

—Osea que es niño. —Murmuré con una sonrisa ya forzada. —Seguro que a papá le encantaría.

Pude ver la tristeza en sus ojos incluso cuando intentaron disimular la.

Hubo un breve silencio antes de que mi abuela comenzara a preguntarme cosas triviales: cómo estaba, cómo iba el trabajo, si necesitaba algo.

Respondí con respuestas cortas, sin saber a dónde iba todo eso. Hasta que, después de un rato, mi tía carraspeó y me miró con algo que parecía nerviosismo.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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