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Áster.

Áster.

Áster.

Nunca me cansaría de pronunciar tu nombre.

Hermoso como un picaflor.

Hermoso como una flor.

No; tú eras eso. Tú eras una flor de otoño.

Áster...

Tú eras mi flor de otoño.

Aquel día fui más temprano de lo normal a la cafetería; esperándote ver de nuevo.

Pero estaba cerrada.

Un cartel colgaba de la puerta de entrada, asegurando que su repentino cierre se debía a reparamientos del lugar.

Mierda.

Me rasqué la cabeza nervioso.

Necesitaba verte hoy.

Eras como mi café amargo.

Mi vicio.

A excepción que tú eras dulce.

Observé atónito la puerta; como si mirándola con atención tu aparecerías. Lo sé, mis pensamientos son tan divagados como los de un adolescente enamorado.

«Y es que estás enamorado». Resonó mi sub consciente.

Era una barbaridad.

Apenas la conocía... Y ya no podía estar sin ella.

Derrepente, un aroma a cigarrillos y cerezos inundó mis fosas nasales; desapareciendo fugazmente mis pensamientos.

Eras tú.

Fumando.

Y te veías abatida.

¿Está cerrado? — Dijiste. Asentí, observando el arma letal que traías entre tus dedos. ¿Cómo es posible que tal cosa llegue a ti?  Tú no podías tener eso. Tú no te podías destruir de tal forma.

¿Estás ahí? — Dijiste a la par que figaste donde mis ojos miraban. Sonreíste con levedad, tirando a la par el cilindro al piso. — Lo siento, lo hago cuando estoy nerviosa.

— No debías sólo tirarlo por mí. — Aclaré. Tú solo sonreíste y fundiste tu brazo izquierdo con el mío.

Y un torbellino de emociones impregnó mi ser.

Vamos a mi casa. Tengo café de sobra. — Y me guiaste. Si no era por ti, mi cuerpo estaría flotando en el aire sin gravedad alguna.

Todo el camino charlamos sobre el clima y el otoño.

Dijiste que tu nombre era extraño para ti.

Y to te dije que me gustaba.

Sólo sonreíste, mientras unos hoyuelos marcaban con gracia tus mejillas.

Llegamos a un edificio de estructura abandonada.

Justuficaste que te gustaba el estilo rústico.

Era perfecto para mí. Tú esencia era perfecta para mí.

Llegamos a tu piso.

Y te erizaste de pie a cabeza.

Él estaba ahí.

El hombre de aquel día.

Y lloraste.

Lloraste como niña pequeña.

Niña pequeña que necesitaba consuelo.

Y yo sin duda te lo daría.

El amor en tiempos de  CafeteríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora