Imagina salir con Mike a un parque de diversiones y que en un determinado momento vayan ambos a un puesto donde está lleno de peluches. Hay que tan solo tirar una nave de cartón –situada en la cima de unos falsos planetas delante de un fondo galáctico– con pelotitas de tenis que salen disparadas desde un arma de juguete, para ganarte un, ridículamente gigante, peluche de felpa.
Mike se queda observando como un niño de tan solo unos siete años la derrumba sin problemas, mientras tanto tu sólo intentas alejarlo de allí, porque seria un perdida de dinero.
—¿Podemos jugar? —pregunta con una sonrisa extendida de oreja a oreja.
—No, vamos a comer. —El teñido tan solo ignora la respuesta y pregunta por el precio del juego.
—Cada tiro cuesta ocho pesos. —le responde sin ánimos el chico que atendía el stand.
—Nos vamos. —dices con seguridad agarrando la mano de tu chico no queriendo gastar ni un centavo más. No les alcanzaría para la vuelta a casa, ya que sabes muy bien que hasta que tu cita no consiga lo que quiera, no se rendirá.
—Oh, por favor. —suplica juntando las manos frente a su pecho—. Te dejaré elegir el premio.
—Si pierdes no voy a compartirte de mi comida. —Con un suspiro, le entregas la cartera con el dinero en ella.
Michael felizmente le entrega un par de billetes al chico y este presiona un botón activando el juego y haciendo que el arma de juguete comience a disparar. Al mismo tiempo un contador de treinta segundos se enciende.
El teñido trata inútilmente de darle a la navecita, fallando sin sentido.
—¡Esto es complicado! —exclama mientras las pelotitas siguen saliendo a cada segundo del arma.
—O tú eres muy tonto.
—Ya verás que ganaré el maldito peluche y te lo refresgaré en la maldita cara.
—Llámame cuando eso ocurra.
Luego de tres partidas perdidas el australiano finalmente obtiene el muñeco y se vuelve hacia ti con una sonrisa triunfadora y arrogante. Grita con satisfacción y corre con el objeto entre sus manos.
—¿Decias? —alza el peluche sobre su cabeza en forma de victoria. —Nada detiene a Clifford, nena.
—No me llames nena.
—Uh, ¿celosa de que yo tengo al león y tú no? —sacude los brazitos de su nuevo premio en tu cara.
—Ni siquiera te gustan esas cosas. —ries sacándolo de en medio.
—Lo sé. Pero a ti si. Toma. —Coloca el leoncito entre tus brazos y deposita un corto beso en tus labios. —Será como nuestro pequeño bebé.
—¿Otro niño más que cuidar aparte de ti?
—¡Hey! —Te empuja en broma. Y devuelve la cartera. La revisas y guardas luego de contar el dinero que sobró.
—Sólo para que sepas; te quedas sin comer.
—Maldita sea, por primera vez que quiero ser asquerosamente cursi por ti y me dejas sin comer. —resonga en broma y cruza sus brazos.
Te abraza después de un par de minutos de caminar hacia los puestos de comida y obviamente comprar comida chatarra. Terminando el día con Michael robándote papas fritas y un mordisco de la hamburguesa entre medio de besos y leves empujones.
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NO EXCUSES.
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