# 3. A bloody and dangerous love

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... la mirada de Sessomaru estaba haciendo estragos en mi fuerza de voluntad, lo único que quería hacer era lanzarme en sus brazos y besarlo hasta que me faltara el aliento. Quizás un poco más... ¿qué me pasaba? Yo no iba fantaseando con besar a las personas. Pero bueno, esta persona estaba mas buena que el chocolate... y eso viniendo de mi era mucho, yo adoro el chocolate.

Sessomaru inclino la cabeza un poco, con claras intenciones de reclamar mis labios y lo único que mi mente gritaba mientras la pasión del momento me hacia sentí vértigo era: "Oh sí, ¡bésame! Adonis, encarnación de la perfección masculina"

Pero cuando estaba a un nano centímetro de rozarme, se alejó. Yo solo quería gritar de frustración. Por dentro gruñía en protesta.

- Cuidado. Debes mirar por donde caminas, para así evitar accidentes – susurro, ya que estaba tan cerca que hasta los latidos de mi corazón parecían sonar cuan bombo en festival. Mi corazón y respiración estaban frenéticos. Tenerlo tan cerca no me dejaba pensar con claridad.

- Discúlpame. Me tropiezo con todo, te sorprendería saber la cantidad de veces que me eh caído hoy – me excuse avergonzada, saber que no podía salir a caminar tranquilamente sin que algún extraño tuviera que ayudarla a levantarse del suelo. Patético.

- No tienes por que disculparte, ya que no lo haces a propósito. Entiendo que tu suerte no es la mejor – dijo bajándome y alejándose e un paso, luego otro.

- Gracias. Eres mi héroe. Espero que tu novia no sea celosa... o asesina... porque de ser así, tengo los días contados - dije distraídamente mirando al suelo para no caerme. Su risa profunda me dejo anonadada.

- No tengo novia. Puedes estar segura de que nadie te va a hacer daño... mientras estés con migo – lo último lo dijo en voz baja, parecía estar pensando en voz alta.

Me detuve un momento ara mirarlo y seguí caminando.

- ¿Por qué no tienes novia? – pregunte con fingida inocencia.

- Creo que no ha llegado esa chica que haga a mi corazón latir... o por lo menos no lo había hecho. – dijo ojos con una sonrisa entre tímida y picara.

- ¿Qué quieres decir con que...?

Mis palabras fueron interrumpidas por un nuevo tropiezo, este sacándome un grito de dolor. Me había torcido el pie con una gigantesca roca que se camuflaba con el musgo que cubría completamente su base. Al instante él me estaba cogiendo para que no callera al suelo. No podía apoyar el pie así que Sessomaru me sentó en la superficie plana de la misma roca con la que me había tropezado.

- ¿Estás bien? ¿Te duele mucho? – su voz destilaba preocupación que me recordaba a mi madre.

- Sí, estoy bien. Solo se torció un poco, en un momento podre seguir caminando – le tranquilicé.

- No es verdad. Te duele mucho, puedo verlo en tus ojos – dijo y me levanto en brazos fácilmente. Me sentía como una pluma en el aire – Así está mejor. Tú no te tropiezas y yo estoy más tranquilo.

- Discúlpame. No quería molestarte, perdón - murmuré avergonzada. Esto era humillante. Lo acababa de conocer y él seguramente ya la veía como una torpe muchacha que permanecía más tiempo sobre su trasero que sobre sus pies.

- No es molestia. De hecho, cuando quieras – ofreció burlonamente.

- ¿Sessomaru?

- ¿Sí? ¿Qué pasa?

- ¿Qué hacías en el bosque?

- Solo caminaba y pensaba. Es bueno para despejar la mente.

- ¿Qué sabes del instituto HBM? – pregunte de repente al recordar la conversación de mi madre en el teléfono antes de salir corriendo de nuestro hogar.

- ¿Por qué la pregunta?

- Mi madre me quiere inscribir hay... o más bien ya lo hizo.

- Bueno, todos dicen que es genial. Yo digo que es aburrido... pero ya no más.

- ¿Por qué lo dices?

- Yo eh ido allí por bastante tiempo.

- ¿Ah, sí?

- Sí, y ahora también tú. Así será mejor.

- Gracias... y ¿Cómo es?

- Los dormitorios son de tres alumnos cada uno, en un edificio de cincuenta pisos. Están intercalados: uno para mujeres otro para hombres, y así. Los ascensores son también uno para los hombres y otro para las mujeres, todos con tarjeta de acceso.

- Que estrictos ¿no?

- Así es mejor.

- ¿Por qué es mejor?

- Las féminas molestan mucho.

- ¿Cómo que molestan? – pregunte indignada.

- No era a eso a lo que me refería. Es que las chicas del instituto suelen avanzarse sobre mis amigos y yo en la clase de gimnasia... o así era antes de que ellos encontraran novias y me dejaran a mí para tratar con el mar de hormonas. Por eso digo que son molestas.

- Oh... y, ¿las clases como son?

- Nocturnas todas a excepción de gimnasia que es en la tarde.

- ¿Nocturnas? ¿Por qué?

- Eso lo tendrás que averiguar tú. Yo nunca me interese por eso. Solo cumplo con asistir y bueno... ya.

- ¿Y el uniforme?

- Obligatorio todo el tiempo si estas fuera de tu habitación, de no ser así te meterás en problemas.

- Esto será más difícil de lo que pensé – murmure más para mí que para él.

- ¿Por qué?

- ¿Por qué, qué?

- "Será difícil"

- No sé. Es un presentimiento.

- Bueno, espero que no sea así... Cambiando de tema, ¿no has pensado en cortarte el cabello?

Mi cabello era de color ónix con un mechón blanco como la nieve que iba desde la raíz hasta las puntas. Era herencia familiar de mi padre, todos en su rama familiar la tenían. Era muy largo, hasta un poco más debajo de las rodillas, por lo que permanecía trenzado para que no me estorbara. También tenía un fleco que necesitaba una urgente cortada ya que casi me tapaba la vista.

- Bueno... no – suspire y entonces le explique: - hace unos años mi padre murió, bueno... lo asesinaron. El caso es que a él le gustaba que lo tuviera largo. Siempre peleo para que no me lo cortaran... es una de las pocas cosas que recuerdo de él. Así que desde eso no lo corto, no lo pienso hacer. Así lo siento cerca.

- Oh, lo siento. Aun así es hermoso. Te ves como la princesa rapunzel – dijo cogiendo mi extensa trenza.

- Gracias... jamás me habían dicho eso - "la princesa rapunzel" pensé con una sonrisa en el rostro.

- Bueno, muy a mi pesar, llegamos – anuncio y me dejo delicadamente sobre el suelo de madrea del pórtico de mi casa.

- Muchas gracias por traerme – dije poniéndome de puntillas con el peso en el pie bueno y dándole un beso en la mejilla. Y abriendo la puerta.

- Ya nos volveremos a ver... lo prometo – me cogió la mano derecha y la beso en los nudillos – adiós princesa.

- Adiós Sessomaru – respondí.

Y en un parpadeo el ya no estaba. En su lugar una gardenia blanca y brillante en mu mano...

A bloody and dangerous loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora