» Él era todo él, hasta los huesos. Todo Baratheon, nada Lannister. «
Desde las ventanas de la cámara de parto, los llantos de un primogénito se filtran, los rayos centelleantes de una tormenta furiosa brillan sobre él, como si la propia tempestad q...
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ACTO 02. | El Soñador ㅤㅤ ㅤㅤ ㅤㅤ
La noche se había cerrado sobre el bosque como un manto de hollín. Edan Storm caminaba entre los árboles retorcidos, tambaleante, con el estómago vacío rugiéndole como una fiera encadenada. Había días que no probaba bocado digno, apenas raíces duras, bayas agrias y un conejo flaco que había logrado atrapar con manos torpes. El hambre lo roía más que el frío.
Sus pasos lo llevaron a un claro donde el suelo estaba cubierto de hojas húmedas. El aire olía a musgo y a leña mojada, mas para él todo evocaba humo y ceniza. Cerró los ojos y volvió a ver el resplandor rojo del Bosque de Dioses ardiendo, las llamas lamiendo los rostros de los arcianos bajo Bastión de Tormentas. Stannis Baratheon lo había mandado a la hoguera en nombre de su Señor de la Luz, y aquella noche también su Madre había muerto. Oh, cuanto deseaba los brazos de su Madre ahora.
«Si los dioses arden, ¿qué queda para los hombres?» pensó, con una rabia tan seca como sus labios partidos. Bastión ya no era su hogar, ni tampoco la Tormenta; el viento que antes lo arrullaba en la fortaleza ahora le era ajeno. Vagaba sin nombre ni destino, un bastardo más en una tierra demasiado vasta para recordarlo.
El cansancio le venció. Sus rodillas cedieron, y se dejó caer junto a la raíz nudosa de un roble. Los árboles danzaron en una brisa gélida y cruel y él se arrebujó en su capa raída, buscando un calor que ya no quedaba.
«
Cuando soñó, estaba rodeado de árboles.
Parpadeó, mirando a su alrededor, los pájaros trinaban un coro entre las ramas. Arrastró sus pasos y pudo sentir, de forma demasiado vívida, la nieve, pura y dulce, bajo sus pies desnudos. Al bajar la mirada, vió un charco de agua tan quieta y cristalina que parecía una ventana que conducía a reinos ocultos. Reflejaba el paisaje tan perfectamente como un espejo; los pájaros, las nubes y el verdor... todo, excepto a Edan.
Trató de olisquear el aire que lo rodeaba, pero ningún aroma en concreto llegó. Al mirar alrededor, tardó en reconocer dónde se encontraba. El arciano antiguo e imponente, sus hojas color rojo sangre, el suave susurrar que su roce provocaba. Un bosque de Dioses. Pero Edan sabía que nunca había estado aquí antes, y a pesar de ello, se sintió extrañamente familiar.
«En casa» dijo una voz dentro de él, porque eso era lo que se sentía... pero ¿cómo podría ser eso? ¿Había vivido aquí en una vida pasada? Algo lo hizo estremecer. No estaba seguro de si era el viento o una presencia.
Un sollozo bajo le hizo alzar la mirada. Un niño estaba abrazándose a sí mismo en frente del enorme arciano, con las mejillas rojas de tanto llorar y su rostro infantil enmarcado por espesos rizos negros. Su espalda se estremecía con cada llanto y buscaba respuestas en la nevada que caía alrededor. Él no podía verlo; Edan lo supo tan pronto como sus ojos parecían mirar directamente a través de él, como si no estuviera realmente allí.