Habían pasado doce años desde que Chance y yo nos convertimos en mejores
amigos, y pasaron cerca de siete años desde que nos habíamos visto el uno al
otro. Eso no fue su culpa —él conocía las consecuencias de ser un verdadero
amigo mejor que nadie—. Fue mi culpa. Después de cómo dejé las cosas allí, tener alguna
relación con Red Mountain fue difícil, incluido Chance. Así que hice todo lo posible para
esquivar sus llamadas y tomarme mi tiempo respondiendo a sus correos electrónicos, siempre
respondiendo tan vagamente como fuera posible sin llegar a ser grosera.
Chance había sido la mejor parte de mi experiencia en Red Mountain —él fue la luz del
sol en un lugar donde rara vez parecía brillar— pero incluso Chance con todas sus sonrisas y
sinceridad no me pudo atraer de regreso. Cuando pensaba en lo que finalmente me hizo volver, parecía extraño que una muerte inminente hiciera el truco, pero no podía permitir que John dejara este mundo sin decir adiós y agradecerle por lo que hizo por mí.
Chance dejó el mensaje en mi teléfono esa semana, haciéndome saber que John se acercaba
al final. Me puse en línea y compré un billete de avión un minuto después. John fue diagnosticado con Parkinson poco después de que me mudé a Red Mountain, pero lo llevaba bastante bien cuando estuve allí. Por supuesto, eso podía cambiar en cuestión de meses, por no mencionar el paso de una década. Cuando escuché la voz grabada de Chance mencionar el tiempo que los médicos le dieron a John, después de reiniciar mi corazón, hice mi misión para llegar a Wyoming tan pronto como fuera posible.
Pero ahora que estaba aquí, pisando los escalones del porche, podía imaginar un centenar
de otros lugares en los que preferiría estar. Sin embargo, mi tiempo aquí me había fortalecido.
Pasar cinco años con cuatro hombres Armstrong, viviendo a través de cinco agotadores
inviernos, había sido más que eficaz en endurecerme que pasar cinco años en entrenamiento
militar.
No me giraría y huiría cuando había llegado tan lejos, ni aunque tuviera una docena de
otros demonios esperando para confrontarme tan pronto como entrara. Así que subí ese
segundo escalón y me obligué a subir el tercero. Para el momento que había llegado al cuarto,
encontré mi ritmo. Las escaleras todavía crujían como si estuvieran listas para ceder, y la puerta
de entrada era tan alta y ancha que un gigante podría pasar sin tener que agacharse. Todo se veía igual excepto por una nota pegada en la puerta.
Por favor, llama a la puerta en vez de tocar el timbre.
No conocía la escritura, no es que necesitara ver eso para saber que uno de los chicos no
lo escribió. "En vez" no eran palabras en el vocabulario de los chicos Armstrong. Supuse que la política de no tocar el timbre tenía que ver con John durmiendo todo el día y no queriendo ser molestado, pero por lo que Chance me dijo en su mensaje, los fármacos que le recetó su médico para aliviar el dolor eran lo suficientemente fuertes como para mantener a un hombre dormido incluso si una sinfonía estuviera tocando la Quinta de Beethoven desde su cama.
Golpeando ligeramente, me quedé en silencio para escuchar el coro de voces que solía
haber. Los cuatro hombres tenían voces altas y, cuando se levantaban, parecían retumbar en una habitación. Pero no escuché nada. Esperando un minuto para ver si alguno venía, golpeé de nuevo. Le hice saber a Chance a qué hora salía mi vuelo, así que deberían estar esperándome.

ESTÁS LEYENDO
Three Brothers
RomanceCrecí con tres hermanos. No estaban atados a mí por sangre, pero nuestra relación iba más allá de la genética o el mismo apellido. Nuestra conexión fue forjada el verano en que cumplí trece años, el verano que mi mamá terminó con su vida y me dejó b...