Capítulo tres

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Seguía a mi madre con la mirada, intentando aguantar el dolor de tobillo, mientras ella rebuscaba, entre las cajas que aún no habíamos desecho, el botiquín.

-Voy a poner una hoja de reclamaciones - bufó, abriendo la millonésima caja.

-No ha sido su culpa, mamá. He sido yo el que ha querido correr. - argumento, sujetando las gasas sobre mi tobillo.

-Esa no es escusa. ¿Acaso no han leído tu informe médico? Deberían saberlo. - vuelve a gruñir ella, y grita cuando encuentra el botiquín. -¡Aquí!

-Estoy cansado de ser un vago. Además, no quería que los demás pensasen que era un cuentista. - me defiendo ahora yo. - Además, todo ha ido bien hasta hace un rato.

-Si no hubieses hecho eso, esto no estaría pasando. Guillermo, te operaron hace dos meses, y tu tobillo ahora tiene placas, ¿Como tengo que decirte que no puedes forzarte? Eso por no hablar de que la herida se te ha abierto.

-Estoy harto de tener limites, entiéndeme.

Me mira, pero no dice nada. En su mirada puedo ver compasión, quizás pena, y eso me enfada más. Estoy perfectamente, no necesito que nadie me compadezca. Retira lentamente las gasas manchadas levemente de sangre, y con suero y betadine procede a curarme cuidadosamente la pequeña raja. Mi tobillo duele, siento un extraño palpitar donde tengo colocada la placa y los tornillos, como si tuviesen vida propia. Sandra sale de la cocina con una manta fría que estaba en el congelador, y mientras mi madre me aplica sobre el tobillo una pomada relajante de músculos, Sandra aplasta el hielo, y después me coloca la manta sobre el pie.

No me gusta sentirme tan cuidado, y tener a gente tan pendiente de mi, pero supongo que la culpa es mía por hacer las tonterías que hago. Es decir, si meses atrás no hubiese bajado las escaleras corriendo como niño caprichoso, no me habría roto el tobillo por tres lados diferentes y no me habrían tenido que operar, y ahora mismo estaría corriendo y saltando como un pequeño saltamontes. Justo después de ese pensamiento me doy cuenta de que las pastillas para el dolor estaban haciendo su trabajo demasiado bien. Observé a mi madre recoger todo lo que había utilizado para curarme, y como luego lo guardaba en uno de los muebles más a mano.

-¿Creéis que seréis capaces, ambos, de no atentar contra vuestra vida mientras que yo hago la cena? - dijo, y tras un asentimiento de mi parte y de la de Sandra, se encerró en la cocina y se puso la radio.

Mi hermana, por su lado, también puso música en la televisión, y yo simplemente me recosté en el sofá a esperar a que el dolor cesara.

-Hoy tenemos visita - afirmó mi hermana, después de que empezase una canción un tanto antigua.

-¿Sabes quien es?

-Bueno, ya sabes que soy un poco cotilla, así que me enteré de... muchas cosas. ¿Sabes quien es Carlos de Luque? - la sola mención de dicho apellido captó mi apellido.

-El viejo antisocial - contesté.

-No, Carlos padre no, Carlos hijo - mi mandíbula cae lentamente y miro atónito a mi hermana.

-Pero ¿no estaba muerto?

-A menos de que mamá sea capaz de hablar con muertos por el teléfono, lo dudo. Él y su hijo vendrán a cenar hoy. - afirmó mi hermana, y después concentró de nuevo su atención en la nueva canción que sonaba en la televisión.

Samuel iba a cenar en casa, y solo con saberlo mi corazón ya latía fuerte, chocando con mis costillas casi dolorosamente. Estaba desesperado por saber por que motivo mi corazón latía de esa manera solo por escuchar su nombre. No sabía nada de él, solo eran una cara y un cuerpo bonitos, pero nada más. No había ningún tipo de sentimiento -a excepción de respeto, obviamente- en la relación profesor-alumno que manteníamos. Es decir, él tiene más de trescientos alumnos de los que preocuparse, así que no debería tomarme como algo personal el hecho de que me hubiese cargado por los diversos pasillos del instituto y me hubiese ofrecido cuidados para los golpes que había sufrido, ni que me hubiese llevado a mi casa. Cualquier persona lo habría hecho, ¿no? ¿NO?

Atrévete a dominarme {Wigetta} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora