Capítulo doce

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Me sobaba el culo mientras bajaba las escaleras para encontrarme a todos preparados en el salón, y a Samuel -el cual nos había venido a recoger-, incluido. Pero yo aún no estaba listo, ¿Porque no me habían avisado?

-¿¡Aún andas así!? -gritó mi madre, nerviosa.

-Bueno, nadie me aviso que ya era la hora. Y nadie se preocupó por si me había roto algún hueso en la ducha - dije mientras empezaba a abrocharme apresuradamente los botones de la camisa.

Y es que era verdad, en la ducha había resbalado y había estado al menos quince minutos tirado en el plato de ducha esperando a que mi culo dejase de palpitar debido al golpe. Remetí mi camisa por el interior de los pantalones y comencé a pelear con la corbata, pero esta se resistía enormemente a ser abrochada.

La culpa es tuya imbécil, que no sabes ni ponerte una simple corbata.

Mi madre se acercó a mi para terminar de ponerme la corbata, y después me empujó al exterior, donde ya nos esperaban todos. Rubén y Sandra estaban montándose en el coche mientras que Samuel esperaba como todo un caballero para abrirle la puerta a mi madre. Cuando cerró la puerta del copiloto, donde mi madre había montado, me miró sonriente.

-Te ves genial - afirmó.

Con las mejillas coloradas monté en la parte trasera del coche, y el resto del viaje lo pasé alternando la vista entre el retrovisor -donde casi siempre coincidía con Samuel, que sonreía picaro-, y la ventana. Podría haber estado pendiente de si faltaba mucho o poco, pero había un problema, y es que nunca había ido a la casa de Samuel y Carlos. En realidad creo que muy poca gente había tenido el privilegio de hacerlo, así que supongo que no debería sentirme ¿ofendido? Fueron quince largos minutos de camino, y es que la casa estaba a un buen trecho de las afueras del pueblo. El coche se adentró por un camino de tierra alumbrado con farolillos que colgaban de los arboles que lo bordeaban. Cuando nos acercamos a una valla Samuel hizo algo así como una seña con los faros y los encargados de abrir la valla la abrieron tan rápido como pudieron.

Entonces Rubén silbó como albañil salido, Sandra gritó como colegiala emocionada, y mi maldibula simplemente cayó hasta el suelo. Me esperaba algo grande, digno de un apellido como el de De Luque, pero lo que mi imaginación había creado no se parecía en lo más mínimo a la realidad. Esto era una mansión seguramente del año... No se el año, pero seguramente sea de finales del siglo quince o dieciséis. Samuel aparcó el coche al final de una hilera que ya había formada, con todos los coches de los invitados. Observé detenidamente la casa antes de comenzar a subir las escaleras que conducían al interior. Tres pisos son los que tenía esa enorme casa más un sótano seguramente. Ventanales enormes al estilo gótico casi me hicieron babear, pero es que Dios... No me hubiera imaginado algo así ni en cinco vidas diferentes. Subí las escaleras lentamente junto con Rubén, pues era el único que me había esperado.

-¿Tienes miedo? - preguntó Ruben, mirándome con una sonrisa torcida.

-No tengo ni idea.

Cuando entramos había una joven muchacha que había visto varias veces en el instituto, creía recordar que se llamaba Sofía, y siempre andaba con un par de trenzas rubias que desgraciadamente le quedaban de escandalo. Ofreció una copa de lo que seguramente era champán, pero lo rechacé y me adentré a la enorme sala donde todo el mundo hablaba animadamente entre alguna que otra mesa con aperitivos y unos sillones donde los que quizás eran los más vagos se sentaban a hablar. Por no se muy bien que motivo, me sorprendió ver gente joven en esa sala, pero al fin y al cabo en este pueblo las familias solían tener varios hijos. Gorka estaba por ahí -era el hijo de uno de los concejales del ayuntamiento-, y me saludó sacudiendo su mano antes de volver a prestar atención a lo que su padre le decía a otro hombre.

Atrévete a dominarme {Wigetta} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora