«Si te pierdes, ve a ..., ahí te buscaré», o algo así dijo Eduardo cuando empecé a beber, pero ahora no puedo recordarlo por el mareo de la embriaguez que siento.
Dylan y Rosa estaban bailando en la pista de baile, Eduardo dijo que me quedara con ellos porque iba a ir a comprar algo de beber pero de verdad quería ir al baño. Así que, después de hacer fila e ir al baño, he perdido a mis amigos y, por supuesto, a Eduardo.
—¿Japonesa? —me pregunta una voz conocida, volteo hacia quién me llama para encontrarme a un hombre musculoso, alto, de cabello castaño claro, con expresión preocupada.
—Brandon —respondo irritada y me doy la vuelta para dejar a ese imbécil atrás.
Oh, soy ebria peleonera. Muy bien.
—Japonesa —repite y se para enfrente mío—, estás ebria.
—Gracias, capitán obvio —respondo de mal humor tocando su pecho con mi dedo—. Vaya, haz hecho ejercicio.
—Me gusta estar en forma —responde con una pequeña sonrisa y sacude la cabeza para verme preocupado—. ¿Estás sola? ¿Qué bebiste? ¿Estás bien?
—Oh, lo siento, mamá —le respondo levantando mi mano para bloquearme la vista de su rostro.
Brandon toma mi mano para bajarla y verme irritado, aunque no sabría decir si lo está conmigo o con él. Pero si lo está conmigo, no tiene derecho alguno.
—Solo quiero que estés bien —me dice y yo jalo mi brazo para liberarlo de su agarre.
—¿Desde cuándo? ¿Desde antes o después que fingieras interés en mí solo para enamorarme y humillarme? —le pregunto de mal humor y Brandon mira a todos lados, antes de tomar de nuevo mi muñeca y encaminarme hacia fuera de la casa.
Trato de resistirme mientras me jala pero estoy demasiado mareada como para ser un oponente digno, sin mencionar que es más alto y fuerte que yo. Siempre lo ha sido, pero a él nunca le ha inmutado esa diferencia, hay veces en las que sentí que él verdaderamente me tenía miedo.
Me saca al patio donde la música es menos fuerte, el aire fresco golpea mi cara y todo, en general, se siente más calmado. Menos agobiante, bueno, tanto como puede serlo tener enfrente al idiota este.
—Me estás secuestrando —lo acuso y él se voltea a verme con una mueca irritada.
—Te estoy salvando de vomitar en medio de todos —me dice y me suelta, en un rincón solitario del jardín trasero. Hay unas cuantas personas pero parecen embobadas en sus parejas y no nos prestan atención.
—Yo no voy a vomitar —le digo y siento ganas de eruptar¹, pero me aguanto para dejar intacto mi honor.
—Eso dicen todos los ebrios que vomitan —me dice encogiendose de hombros.
—¡¿Qué quieres que diga entonces?! —le pregunto molesta apretando los puños.
—Nada —responde serio y toma mis muñecas—. Quiero que me escuches.
Bajo las pocas luces que nos llegan, puedo notar que tiene las mejillas rosadas, sus ojos brillan mucho y, dado que ahora estamos en un espacio más abierto, él se tambalea un poco al caminar y su hablar es más lento del usual. Pese a ello, se mira tan vulnerable... Tan bonito.
Basta, Jazz.
—Yo no escucho a patanes —replico desviando la mirada.
—Japonesa —me llama y chasqueo la lengua.
—¡¿Qué?! —le pregunto molesta zafándome de su agarre.
—Me gustas —me dice sonriendo y yo lo señalo tratando de pensar en una respuesta amenazante y certera.
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¿Qué hacer antes de morir?
ChickLit«Jazmín Pérez. Hija del respetable abogado Julián Pérez y de la famosa psiquiatra Julia Ortega-Núñez, conocida por sus libros sobre crianza. Hermana de Joseph Pérez, el prodigio musical de Tijuacali con solo nueve años y José Pérez. Miembro del cuad...