#11: Aprobación de mamá

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Halloween.

Miro por la ventana, viendo a los niños disfrazados yendo de casa en casa pidiendo dulces. Suspiro triste recordando cuando solía acompañar a Joseph a pedir dulces, no es que a él le gustasen, le gustaba ser alabado por un montón de señoras. Alimentaba su ego, los dulces eran algo extra.

Mi celular suena en mi escritorio, pero lo ignoro. Lo más seguro es que sea Dylan tratando de convencerme que salga con ellos a una fiesta de disfraces pero no tengo muchos ánimos, ni para nada en especial. Hoy mientras estaba en clases, me dediqué a estar callada casi todo el tiempo, Gustavo pareció entender mi poco ánimo, porque me siguió a todas partes durante el día y le pedía a los demás que solo me dejaran ser por hoy.

—Que sorpresa, estás en casa —me dice mi madre desde la puerta de mi habitación, volteo a verla con aburrimiento, ni siquiera tengo ánimos de lidiar con su amargura.

Mi madre camina hacia mí, con el paso pesado como siempre lo ha tenido. No parece afectada por mi indiferencia, solo se recarga a un costado de la ventana que observo con atención.

—¿Sabes? Que consiguieras amigos con los cuales sales todo el tiempo, me hizo darme cuenta que nunca estás presente —dice mi madre y volteo a verla con una ceja alzada—. Quiero decir, siempre estabas sentada en algún lado leyendo un libro, pero nunca hacías nada destacable. Eras como una planta, callada, inmóvil, inexpresiva, se podría quemar la casa y tú jamás habrías movido un músculo.

—Me habría salido —respondo y mi madre sonríe triunfante.

—Claro que lo harías —responde ella sonriente y mira hacia mi habitación—. Es lo que hiciste, la casa se quemó y te fuiste, dejándonos atrás.

—No es mi responsabilidad cuidar de todos —respondo frunciendo el ceño—. Ustedes eran los padres.

—Sí, nunca fuimos muy buenos —responde mi madre suspirando triste y camina hacia mi librero, tocando los tomos suavemente con su dedo—. Después de todo, tener hijos nunca estuvo en mis planes.

Observo a mi madre, desviando mi atención de la ventana, bastante sorprendida por sus palabras. Mi madre se ve triste, nostálgica, parece más entera que de costumbre, el día de hoy ha vuelto a peinarse, cosa que no hacía desde el funeral.

—Siempre me he sentí como una mala madre cuando te miraba o a José —continúa mi madre suspirando—. No sentía esa conexión madre-hijo de la que las demás hablaban. Los amo, sí, pero siempre sentí que era un amor dado más porque estoy acostumbrada a ustedes que por otra cosa. Cuando Joseph nació, me enamoré de él.

Mi madre mira la foto en mi librero, una de mis dos hermanos y yo disfrazados el Halloween pasado, una foto tomada por mi padre cuando volvimos a casa con nuestro botín de dulces. José acababa de crecer y ahora era más alto y ancho que yo, pero su cara seguía viéndose tierna, muy distinto a como su rostro se ha tornado amargado y hostil.

—Joseph era tan pequeño, tan frágil, tan hermoso —dice mi madre apretando sus brazos mientras noto como su voz se va quebrando poco a poco—. Lo amaba, no sabía que podía sentir tanto amor por alguien o por algo. Su sonrisa iluminaba mi corazón, su risa era el sonido más bello que podía oír, cuando tocaba música, sentía que todos podían sentir lo que yo siempre sentí viéndolo. Era tan magnífico, no quería arruinarlo, quería tenerlo a mi lado para siempre y me lo arrebataron. Me arrebataron al amor de mi vida, mi hijo, mi bebé, duermo en su cuarto todas las noches, tratando de rescatar algo de él. De encontrarlo en su ropita, en sus cobijas, en sus instrumentos, pero no hay nada. Solo una fría habitación sin luz, sin la luz que Joseph traía.

Mi madre se suelta en llanto, cayendo sobre sus rodillas. Niega con la cabeza mientras parece completamente destrozada, me acerco a ella, en un intento todas burdo de consolarla, aunque las palabras no vienen a mí. Estoy completamente en shock por todo lo que dice, aunque parte de mí siempre lo sospechó.

¿Qué hacer antes de morir?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora