Esto transcurre en el lapso posterior al capítulo 7.
José.Lavo mi cara con demasiado cuidado, el agua pasando por mis heridas me irrita y mi labio reventado duele más que cualquier golpe de la pelea. Después de todo, el golpe fue en dado en frío por mi padre cuando volví a casa y sin oportunidad de que pudiese defenderme. Al menos en la estúpida pelea pude golpear de vuelta.
Tomo mi nariz entre mis dos pulgares, dispuesto a enderezarla pese al dolor que pueda sentir, después de todo, el dolor físico es lo único que puede distraerme del dolor emocional que siento todos los días. Trago en seco y enderezo mi nariz ahogando con todas mis fuerzas el grito de dolor. Lo menos que necesito ahora es que mi madre se fije en mí y me eche en cara el fracaso de hijo que soy.
Suspiro cansado mientras sangre gotea sobre el lavabo. Me miro en el espejo tratando de darme primeros auxilios, ya que esa es la vida a la que me condenaron desde lo de Joseph.
Joseph.
Me detengo en seco ante su nombre, el recuerdo de su mirada asustada mientras trata de alcanzar mi mano me atormenta. Todas las noches duermo temeroso de soñar con eso y tener que revivirlo una y otra vez, tal vez he muerto con él y mi castigo en el infierno es recrear su muerte por siempre.
Tiemblo viendo hacia el lavabo mientras todo a mi alrededor empieza a verse borroso, mi respiración se agita mientras la voz de Joseph llamándome y el recuerdo de aquella roca con sangre se tatúa en mi mente, dejándome sin descanso.
Fue mi culpa. Fue mi culpa. Fue mi culpa.
Me siento en el piso del baño con las manos en mi cabeza, aprieto mi cabello mientras trato de sacudir mi cabeza, tratando de alejar todos los malos recuerdos.
Por favor, lo lamento. Lo lamento tanto. Debí ser yo...
Rio amargamente ante el pensamiento. Si yo hubiera muerto en vez de Joseph, tal vez solo mi hermano habria llorado por mí. Mis padres muy en el fondo habrían aliviados, incluso Jazz estaría mucho mejor, seguiría pasando tiempo con la familia. Saldrían juntos, reirian de nuevo, nunca lo habrían dejado solo como me han dejado a mí.
—Menuda suerte de mierda que tengo —digo al aire viendo solo el pequeño baño, tan frío y vacío como es mi vida en general.
•°•°•°•
—Tú debes ser José —me dice una chica amable de lentes grandes con una gran sonrisa cargando una tabla con muchos papeles.
Miro a su alrededor, parte de mi condena para que no pasará a mayores el asunto de la pelea, fue hacer voluntariado obligatorio en el centro de cultura del centro de la ciudad. La chica me ofrece su tabla para que firme mi asistencia, nunca deja de sonreírme, lo cual se siente extraño.
—Yo soy Daniela —se presenta con una mano en su pecho, su cabello está corto y rizado, rebelde pero, en cierta forma, feliz.
Daniela espera que firme el documento con paciencia mientras aprovecho para verla mejor. Usa un overol viejo con manchas de pintura, una playera rosada y sus manos se ven llenas de pintura. Cuando le doy la tabla, comienza a explicarme que ella se va a encargar de mi cuidado y que no dude en acudir a ella por cualquier pregunta que tenga, pero lo único en lo que puedo fijarme es en sus gestos alegres, su amplia sonrisa. Es tal vez un poco más grande que mi hermana, pero a la par se ve mucho más joven que ella...
Ella se ve feliz.
—Ya sé que el voluntariado obligatorio puede ser una pesadilla —me dice Daniela apretando su tabla contra ella—. Pero estoy feliz que hayas escogido nuestro programa para ayudar, ¡esperamos contar contigo!
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¿Qué hacer antes de morir?
Literatura Kobieca«Jazmín Pérez. Hija del respetable abogado Julián Pérez y de la famosa psiquiatra Julia Ortega-Núñez, conocida por sus libros sobre crianza. Hermana de Joseph Pérez, el prodigio musical de Tijuacali con solo nueve años y José Pérez. Miembro del cuad...