Antes del accidente de Joseph, mi rutina de cumpleaños siempre fue bastante simple. Joseph y José iban a despertarme saltando sobre mí, mientras me quejaba de la sorpresa, Joseph tomaba su violín y me tocaba "las mañanitas" y me entregaban el regalo que habían comprado entre los dos. Después bajaba a desayunar donde mi padre me preguntaba si había algo especial que quisiera hacer al negarme, me daba un sobre con un poco de dinero, mi madre preparaba mi desayuno favorito y si tenía que ir a la escuela, me iba. Eduardo pasaba por mí a la escuela junto con don Rodrigo, ellos me daban usualmente un suéter que habían comprado con sus ahorros y se disculpaban por no darme algo mejor. Me dejaban en casa donde madre me habría preparado un pastel y una comida especial y nos quedamos hasta tarde jugando juegos de mesa.
Hoy desperté con el sonido de platos rotos.
Salgo de la habitación casi corriendo, en caso de que algo haya sucedido pero lo único que oigo son los alaridos de mis padres.
—¡No tienes ningún derecho a reclamarme! —escucho que grita mi padre conforme me acerco a las escaleras—. ¡Todo esto ha sido culpa tuya!
—¡¿Es mi culpa que te hayas cogido una puta?! —pregunta mi madre gritando de forma aguda, como siempre que está enojada.
—Llevan peleando varios días por lo mismo —dice José detrás de mí asustandome.
José, pese a tener catorce años, se ve más grande de su edad. Es más alto que yo y desde diciembre no ha dejado de engordar. Su voz se ha vuelto ronca y su expresión malhumorada eterna lo han vuelto un tanto intimidante, si no fuera mí hermano, probablemente estaría aterrada de él.
—Papá trajo a una mujer y se acostó con ella el otro día que tuviste una pijamada con tus amigos —me cuenta sin dejar de ver hacia abajo de las escaleras—. Mi madre regresó ebria en la madrugada y los encontró, no han dejado de pelear desde entonces.
—¿Cómo sabes eso? —le pregunto preocupada.
—Yo estaba aquí —responde y puedo cómo su expresión se endurece—. A diferencia de ti, no tengo a donde huir.
Antes que pueda decir algo, José me pasa de largo y empieza a bajar las escaleras haciendo todo el ruido que puede. Pese a ellos, los reclamos no cesan hasta que él entra a la cocina.
—Despertaron a la princesa —escucho que José dice y después de unos momentos en silencio, veo a mi padre justo debajo de las escaleras, enfrente de la puerta principal.
Él se detiene un segundo y me voltea a ver, su usual expresión dura desaparece por un segundo para dedicarme una de tristeza. Sin decirme nada, abre la puerta principal y sale de la casa. Haciendo que el silencio reine de pronto en toda la casa, excepto por la escoba barriendo los vidrios rotos.
Bajo las escaleras, temerosa de lo que voy a encontrar y solo veo a mi madre bebiendo vodka en un vaso de vidrio mientras José barre los vidrios rotos sin expresión en su rostro. Ella me ve con aburrimiento y suelta un suspiro cansado.
—¿También vienes a echar la culpa? —me pregunta y bebe el resto del contenido de su vaso—. Siempre lo has querido más que a mí, después de todo. El único que me quería era Joseph.
Miro a José, cuya expresión sigue siendo neutra y un tanto oscura. Como si ya no le importara, como si estuviese acostumbrado a este tipo de mañanas.
—¿Vas a llegar esta noche o te volverás a ir de vaga? —me pregunta mi madre sirviéndose más vodka—. Para saber con que candados cierro la casa.
—Dormiré donde Dylan y Rosa —respondo apretando mis brazos desviando la mirada de mi madre y ella asiente.
—Eres una buena chica, Jazmín —me dice repentinamente—. Confío en ti más que en nadie, es por eso que te creo cuando me dices que estás conmigo y no con un estúpido hombre. Espero que no traiciones esa confianza.
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¿Qué hacer antes de morir?
Literatura Feminina«Jazmín Pérez. Hija del respetable abogado Julián Pérez y de la famosa psiquiatra Julia Ortega-Núñez, conocida por sus libros sobre crianza. Hermana de Joseph Pérez, el prodigio musical de Tijuacali con solo nueve años y José Pérez. Miembro del cuad...