Octubre.
Sonrío caminando mientras toco suavemente la bufanda azul que uso. Un regalo de parte de Manuel que había estado entusiasta por usar, y ni hay mejor época que el otoño para estrenarla. Las hojas caen, hay suaves brisas, no hace calor pero tampoco hace mucho frío, es simplemente perfecto.
—Oye Japonesa —me llama Grace tocando mi hombro, para mi sorpresa, lleva meses sin dirigirme la palabra.
Una vez que volteo a verla, soy sorprendida por el impacto de un pastel estrellándose en mí, para que los pedazos caigan sobre mi bufanda y mi suéter. Volteo hacia frente de nuevo para identificar a mi agresora para encontrarme con la risa burlona de Esmeralda mientras sostiene un pastel aplastado en sus manos antes se dejarlo caer sobre mis zapatos.
De pronto, me siento de vuelta a mi infancia, donde siempre tenía que cuidarme de que no me lanzaran agua sucia del segundo piso, donde mis cosas terminaban en el bote de la basura todo el tiempo, donde me metían el pie para que me cayera al piso. Donde eran abusivos conmigo golpeándome con pelotas, usando la clase de educación física como excusa. Como era excluida de todas las actividades, excepto aquellas que se convertían en una humillación pública. Todo gracias a dos ex-compañeras de la preparatoria y un pastel pequeño cubierto con mucho betún.
—Presta más atención, imbécil —me regaña Esmeralda mientras la risa de Grace es oculta detrás de su mano—. Mira, como ya somos adultas, no te culparé por el pastel, después de todo, los accidentes pasan.
Miro a Esmeralda sintiendo que todo mi cuerpo tiembla de lo tenso que está. Aprieto mi puño, furiosa y frustrada porque sé que el poder que tiene ella de voltear las situaciones en mi contra, porque le tengo miedo, porque sigo en el mismo lugar de siempre. Es más, es incluso peor, porque mis amigos me hicieron olvidar que debo vivir alerta de todo a mi alrededor, me dormí en los laureles y ahora estoy humillada una vez más.
Esmeralda se divierte de mi silencio y como lucho para contener las lágrimas, me siento sucia, rebajada, humillada, sobretodo cuando deja caer el pastel sobre mis zapatos que es lo único que puedo ver ahora. No tengo el valor de ver a ninguna de las dos a los ojos, no hoy, no ahora.
—Esto también fue un accidente —me dice Esmeralda y me da un empujón suave en el hombro con su puño—. Sé de utilidad y limpia, ¿sí? ¡Nos vemos!
Con las lágrimas en mis ojos, me agacho para levantar los restos de pastel del suelo, mis manos tiemblan mientras el betún hace que todo se resbale de mis manos, dejándolas pegajosas. Pienso en qué harían mis amigos en mi lugar, Rosa encontraría la forma de verlo como algo positivo y Dylan nunca hubiera permitido que nada de esto pasara.
Tal vez Rosa hubiera regañado a Esmeralda por desperdiciar un pastel en perfectas condiciones. Pero estoy segura que ambos la habrían hecho limpiar, en cambio yo estoy en el suelo, luchando contra un pastel resbaladizo que se deshace en mis manos. Lo peor no es que pase esto ahora, si no que no es, ni de cerca, la primera vez que ella me hace algo así. ¿Por qué lo permito? ¿Por qué no puedo hacer nada? Tengo tanto miedo que me lastime físicamente que la dejo maltratarme mentalmente. Estoy harta.
La frustración que crece en mi cuerpo me hace apretar los pedazos que caben en mis manos, pienso en mis amigos, en mis llantos, en Eduardo regañandome aquel día en la playa diciendo que no debía esperar a estar a punto de morir para desear estar viva. Me levanto con pedazos de pastel en las manos y, con una puntería que no sabía tener, logro lanzarle un pedazo en la nuca a Esmeralda.
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¿Qué hacer antes de morir?
ChickLit«Jazmín Pérez. Hija del respetable abogado Julián Pérez y de la famosa psiquiatra Julia Ortega-Núñez, conocida por sus libros sobre crianza. Hermana de Joseph Pérez, el prodigio musical de Tijuacali con solo nueve años y José Pérez. Miembro del cuad...