Nunca, UsUk.

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Una vez, cuando tenía 11 años, escuché una canción que tenía una letra trágica. Hablaba sobre lo que se pierde, sobre lo que la vida abandona, y la muerte se lleva. Hablaba de un amor que despide a su amante. Y recuerdo de manera vívida el dolor que me produjo.
No sólo dolor, sentí una desesperación extraordinaria y un vacío interno atroz.
Cuando le expliqué a mi madre por qué lloraba, ella se quedó callada frente a mí por un largo rato. Respondió de pronto y se marchó dejándome sólo.
Y formulé, mejor dicho, me autoformulé, una pregunta: ¿Por qué me dolía tanto? Yo no conocí a la persona que murió, y tampoco me sucedió algo similar, entonces... ¿Por qué?
No encontré ninguna respuesta, y esto no era información vital, así que seguí con mi vida, y olvidé el tema por muchos años.
Nueve años más tarde, el destino (o lo que fuese) puso en mi camino al gran amor de mi vida.
Arthur fue, y aún hoy sigue siendo, la personas más importante de mi vida.
Hablaré de él porque siento que es la manera más efectiva de revivir y conservar por un poco más de tiempo su vivido recuerdo. Arthur era el tipo de persona que todos admiramos, pero que nadie quiere ser. Era orgulloso, arrogante, amable, cariñoso. Era alguien que soportaba todos los juegos de la vida con una sonrisa en los labios. Era terco a la hora de opinar, y reservado al demostrar sus sentimientos. Era tantas cosas.
Era un luchador. Debo admitir que no esperaba enamorarme de él, y él tampoco esperaba que lo hiciera.
-Tengo SIDA -dijo una vez.
Y a mí no me importó. Porqué en ese momento no me importaban los detalles, y porque ya era tarde: ya me había enamorado perdidamente de él, de sus ojos verdes, de su acento inglés, de su arrogancia, de su sonrisa. Aprendí a amarlo con todos sus defectos. Y él intentó persuadirme muchas veces, convencerme de que no era lo que debía hacer. Intentó advertirme, oh, intentó con mucha fuerza, tantas veces que llegó a cansarse y dejó de hacerlo.
También aprendió a amarme, a su manera, claro.
La primera vez fue la más dolorosa. Hablo de su primer decaída. Pasé dos noches durmiendo en el hospital, y fui el único que estuvo ahí, porque no había nadie más.
El SIDA es atroz, fue matándolo poco a poco, y fue silencioso, porque hizo su aparición lentamente, y fue destruyéndolo con el tiempo.
Recuerdo su rostro compungido esa primera vez. Recuerdo lo que me dijo, claro, ¿cómo no recordarlo?
-Vete. Es mejor que te marches ahora y no regreses.
Lo suplicó, una y otra vez. Pero no escuché lo que dijo, porque le amaba demasiado. Sucedió lo mismo muchas veces. Tantas que no puedo contarlas con las manos.
Y él pidió lo mismo cada una de ellas, y yo siempre hice lo mismo. Me quedé, porque no aceptaba cualquier otra opción. Me quedé con él y le hice la misma promesa cada día.
-Prometo amarte hasta siempre.
Él lloró la última noche que pasamos juntos cuando hice la promesa, porque sabía muy bien lo que se acercaba. Era listo, no me dijo nada, sólo pidió que regrese a casa.
No lo hice, claro está.
-Es irónico. Tú aceptaste quedarte a pesar de todo, y yo negué tu compañía. Ahora, que acepto tu presencia, descubro que es demasiado tarde -dijo.
-No digas tonterías, Arthur. Nunca es realmente tarde.
Él sonrió, y fue la sonrisa más dulce que vi en mi vida. Fue la primer sonrisa que se grabó a fuego en mi cabeza.
-Alfred -dijo de pronto-. Gracias por estar a mi lado, por quedarte. Te amo...
Y se dio por vencido ante el cansancio. Cerró sus ojos verdes, y nunca más los volvió a abrir.
Debo admitir que la vida es una perra.
Hay miles de personas que son lo mejor, que tienen sueños, esperanzas, como Arthur, que quería convertirse en maestro y enseñar violín, y dar lo mejor de sí para llegar lejos, y todo eso se pierde en la nada, la vida se lo arrebata. Lentamente, destruyendo todo.
"No sientas pena por los muertos, sino por los vivos. Ellos son quienes lloran, quienes sufren. Son quienes deben seguir a pesar de todo. Somos quienes debemos vivir sintiendo la ausencia". Esas fueron las palabras de mi madre.
Han pasado dos años desde que Arthur falleció. Y las palabras giran en mi mente. Una y otra vez. Las imágenes de lo que fue y de lo que pudo haber sido, todo.
El paso del tiempo es atroz. Va borrando lentamente los detalles. Y no quiero olvidar, nadie quiere hacerlo.
Arthur me enseñó a seguir, a ser feliz, a no darme por vencido.
Yo le enseñé a amar.
Y fue un trato duro, pero justo.
No me arrepiento.
Nunca.

Cortos de amor, derrotas y otros placeres. [Hetalia Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora