Capítulo VIII

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Me remuevo un poco. La luces están encendidas y golpean mis párpados, pero yo no quiero salir de ésta confortable cama. Mi estómago ha dejado ya de estremecerse, pero mi cabeza duele como la mierda.

Y caigo de vuelta a la realidad.

Me enderezo tan rápido como puedo.

Y... ¿Dónde diablos estoy?

Observo con atención el terreno desconocido al que he pisado sin previo análisis. De alguna forma me desconcierta.

La cama es exageradamente delgada y pequeña, de sábanas blancas realmente cómodas y suaves. Las paredes de colores intercalados entre los blancos y los marrones. Marrones como mis ojos.

El dormitorio es, ciertamente, pequeño pero acogedor.

La cabeza me vuelve a martillear, pero ésta vez trae consigo pequeños fragmentos de la noche anterior en el bar.

¡Mía!

Madre de Dios. Me golpeo la frente con el dorso de la mano.

Estúpida, estúpida, me reprende la traidora de mi consciencia que hasta ahora se atreve a hacer presencia.

¿Dónde demonios ha estado todo este tiempo?

Y entonces recuerdo. Lo recuerdo todo.

La llegada a la casa de Daniel, el club, los amigos de Mía, el cabreo de Fredd, los chupitos y las cervezas, Zac, la borrachera y...

Oh. Mi. Dios.

La vergüenza cae sobre mi espalda como un balde de agua fría que me deja atónita. Busco algo más en la habitación que me de un pequeño atisbo de esperanza, porque no pudo haber pasado. Los capris ajustados, la blusa y las converse se encuentran a dos metros de mí, sobre una silla, ligeramente doblados. Bajo la mirada hacia mi regazo. La sudadera blanca que llevo puesta, no deja nada a la imaginación debido a lo traslúcida que es. Mi sujetador y mis bragas siguen en su lugar, a la vista bajo esta fina tela. Doblo mis rodillas y me acaricio las sienes. No pude haberme enredado con un hombre que apenas conozco por un acto de torpeza.

Ladeo la cabeza hacia la mesita de caoba y reprimo un grito. Siete menos diez de la mañana.

Me levanto de la cama como alma que lleva al diablo. Verifico algún rastro que delate lo ocurrido la ultima noche en que bendita sea mi suerte, me desmayé sobre un hombre. El hombre más guapo e impotente que he visto en mi vida. Y el más peligroso.

Trago fuerte y me acerco hacia la silla que sostiene mi atuendo. La ropa parece algo húmeda, y además apesta. Arrugo mi nariz y vuelvo a colocar la blusa sobre su lugar.

Un sonido detrás de la puerta desvía mi atención.

A paso lento, me voy acercando y pego mi oído sobre ésta. Dos voces se debaten allá afuera. Y las reconozco. Pego aún más mi oído e intento agudizar los sonidos, acompasando mi agitada respiración. Jota se escucha enfadado mientras le gruñe a saber dios quién.

-- Rayos - me elevo un poco, colocando todo mi peso sobre los dedos y me recojo el cabello con las manos para mejorar la sintonización.

Es una chica. Su voz, cargada de furia e indignación, se clava en mi mente. Y no debo esforzarme más, porque sé que se trata de la ricitos de oro del bar. Resoplo y continúo con la oreja adherida a la puerta de madera masisa. Ella le reclama su indiferencia y su poca preocupación, mientras que él sólo se limita a gruñir y resoplar. Por razones que no logro sustentar, ésto me alegra un poco, sólo un poco. Tal vez ellos sí son pareja y tal vez yo sea la que sobra aquí, lo que la vuelve a ella ganadora en el capo de batalla.

STRONG - When it begins.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora