Capítulo 1 : El perro

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Aviso: violencia explícita, pero sólo en este primer capítulo.

Las gruesas gotas de lluvia caían con fuerza, como una ola de aguijonazos. El viento helado soplaba, dirigiendo a las gotas como flechas. En los charcos se veía la luna, movediza por los constantes goteos que mantenían el agua turbia. El cielo era negro y estrellado. Yo corría a buen paso, saltando techos, esquivando lo que se interpusiera. Mis garras resonaban como acero sobre los variados tejados. Tal era mi velocidad que una sensación de libertad recorría todo mi cuerpo, abrazándome. Y fue entonces cuando los vi.

Varios hombres, unos tres o cuatro, atacaban algo. Una figura negra y pequeña, que no alcancé a distinguir muy bien.

De hecho, no alcancé a distinguir mucho más luego de eso, porque de improviso, ante la imagen de violencia, una furia inmensa sin ninguna explicación me envolvió. Recorrió mi columna vertebral como si fuera fuego ardiente sobre una línea de gasolina, y nubló mi vista. Mis músculos parecían chillar que les dejara romper, destruir, aplastar...matar. Incluso mis pensamientos quedaron ofuscados y limitados a una sola idea, que no podría decir de dónde venía: ellos eran malos, y estaban lastimando a una criatura inocente. No tenía fundamento alguno y podría parecer poco convincente, pero en ese momento estaba segura de que eso era lo que pasaba. Y según esto, actué.

Corté la distancia que nos separaba tan rápido que sentí que apenas tocaba el suelo, sin que me notaran aún.

El primero murió sin tener idea de qué sucedía. Estaba de espaldas a mí, y no logró descifrar a tiempo qué significaban las miradas sorprendidas de sus compañeros. Mis garras como cuatro navajas de acero se clavaron en su nuca, y salieron de allí cubiertas de rojo.

Creo que cayó primero de rodillas y luego de bruces al suelo, pero no podría estar segura, porque en ese momento ya saltaba sobre el segundo. Mis fauces aplastaron su cabeza con casco y todo hasta el punto que sólo quedó una masa sanguinolenta con trozos de cráneo.

El tercero fue el único que llegó a gritar, pero claro, no por mucho tiempo. Alcancé a ver mi reflejo en los ojos aterrorizados del último antes de que muriera: mi pelaje gris y negro, mis largos colmillos y mis ojos rojos; no podía decir que era una visión placentera.

Me llevó unos minutos tranquilizarme. Estaba jadeando, observando el desastre que había causado en el desolado y oscuro callejón. Luego un débil gemido a unos metros de distancia hizo que saliera de mi estupor y me girara.

Me acerqué a la figura negra, y al tiempo que lo hacía sentí cómo la ira, alimentada por la adrenalina, dejaba mi cuerpo y me devolvía a mi estado humano.

No podía ver muy bien, pero en ese momento estaba convencida de que lo que estaba frente a mí era un perro moribundo, de pelaje tan oscuro como un carbón. No estaba muy segura de qué hacer, de modo que me arrodillé y extendí mi mano con indecisión para palpar su pelaje manchado de sangre, con toda la suavidad propia de una caricia.

El can, de manera casi imperceptible, movió ligeramente la cola y me observó con ojos vidriosos. Se alegraba de que estuviera allí, a pesar de estar muriendo. Luego abrió la boca con lentitud y lamió mi mano: su hocico se sintió frío contra mi piel.

Finalmente cerró sus ojos de manera permanente y no pude evitar que se formara un nudo en mi garganta y mis manos temblaran.

No me importaban los cuatro cuerpos destrozados a mi alrededor, sólo él. Y me quedé a su lado en la acera durante horas.

En determinado momento noté que todo se aclaraba a mi alrededor, y supe que amanecería pronto. Con un sentimiento de culpa por dejar tal desastre de esa manera, me incorporé y me deslicé al refugio de las sombras, decidida a llegar al depósito que llamaba mi hogar y dormir quizás por un día entero.

Pero como deben saber, a veces no importa cuántos planes se hagan, porque de todas maneras pasa algo imprevisto que lo cambia todo.

En este caso fue algo punzante que sentí en mi espalda cuando entraba al depósito. Empecé a girarme con velocidad, con mis manos ya curvadas como garras para defenderme, pero este objeto soltó una descarga eléctrica antes de que pudiera hacer nada y me dejó inconsciente. Lo último que llegué a ver fue una cabeza tapada por un casco de visor negro.

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