Capítulo 2 : Bienvenida

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Poco a poco recuperé mis sentidos, empezando por el tacto. Podía sentir el suelo duro y frío bajo mi espalda, y cuando abrí los ojos un destello de amarillo me encegueció por unos momentos hasta que mi visión se aclaró lo suficiente para notar que era un pequeño foco en el techo.

Sentí una punzada de dolor en mi cabeza, y fue en ese momento cuando todos los recuerdos de la noche anterior se arremolinaron en mi mente y me erguí, alerta. Estaba en una habitación cuadrada y vacía. Tres de las paredes eran de cemento, idénticas al suelo y al techo, pero una era de vidrio. Cada fibra de mi cuerpo gritaba peligro, y me abalancé contra esta última pared.

Empecé a golpear el cristal con todas mis fuerzas.

-¡Sáquenme de aquí! -exclamé a voz de grito, aunque no tenía idea de a quién se lo decía. Podía escuchar mi propio corazón retumbando contra mi pecho y mi respiración agitándose en jadeos.

No estoy segura de cuánto tiempo pasó mientras seguía gritando y golpeando el vidrio que no era capaz de romper, pero eventualmente me detuve. No hacía ninguna maldita diferencia, nadie venía.

Retrocedí y me senté en el suelo, consternada y sintiendo un retortijón en el estómago de preocupación. ¿Dónde estaba?

Poco después de esto escuché unos pasos, y alcancé a ver a un hombre acercándose. Era delgado y de facciones agudas, y llevaba una bata blanca de laboratorio y un anotador, además de gruesos anteojos.

Lo único que hizo fue observarme, pero repentinamente sentí un odio profundo hacia esa persona. Imágenes difusas inundaron mi cabeza: él me había encerrado allí, electrocutado, matado al perro que había intentado salvar...todo era su culpa. Empecé a temblar violentamente, y manteniendo todo el tiempo la vista en él sentí que el cambio se daba. Pude notar cómo percibía más olores, veía mejor, escuchaba mejor. Cada sentido magnificado. Segundos después la parte frontal de mi rostro se alargó y mis dientes crecieron y se afilaron, casi como si los estiraran con fuerza hacia abajo. Mis dedos se contorsionaron, mis uñas se doblaron y luego se alargaron para convertirse en filosas garras. Sentí que mi piel se abría, volteaba y rompía, pero sin dolor y más bien con una sensación de quitarse ropa ajustada. Se dio vuelta

del todo y dejó paso a un encrespado pelaje. Mis huesos crecieron y se quebraron, dejándome tras sólo unos instantes agazapada y gruñendo fieramente al hombre de tez pálida a través del cristal.

Él no se inmutó, no parecía impresionado en lo más mínimo, lo cual me enfureció aún más. Salté sobre el vidrio, rasgándolo, mordiéndolo, empujándolo...pero sin lograr siquiera rasparlo. El hombre se acomodó los anteojos y anotó algo en su planilla, antes de retirarse sin decir nada.

Solté un golpe de pura rabia a la pared con todas mis fuerzas combinadas, una y otra vez. Quería salir, correr libre...y destruir. Acabar con todo lo que estuviera a mi alcance. Cuando la bestia en mí tomaba el control no era capaz de pensar en otra cosa. Pero allí no podía hacer nada de eso, no había espacio, nada que quebrar, ¡era exasperante!

Finalmente, agotada por el torrente de emociones descontroladas, la falta de sueño y la preocupación me eché en una esquina, de espaldas al cristal. Entonces el cambio, como un arrebato de energía y poder y como si cubrieran mis sentidos con un manto, comenzó a efectuarse: dejándome acongojada y con frío.

Mis ropas estaban rasgadas y sucias, mi pelo era poco más que una maraña marrón y decidí sacarme los zapatos destrozados, quedándome descalza.

Clavé la vista en el muro y no pude empujar hacia atrás las lágrimas que se escaparon de mis ojos. Estaba tan sola y perdida...

De repente escuché un golpecito en el cristal, y me sobresalté. No había advertido que había alguien más cerca. Me tomó un momento reaccionar, y otro momento decidir que quería voltearme. Secando las lágrimas bruscamente me senté, con la espalda apoyada contra la pared y las piernas dobladas. Le dirigí una mirada suspicaz a la persona que veía ahora.

Era otro hombre, debía de tener unos 40 años. Tenía una mirada serena, pero dura. Era robusto y llevaba un tapado gris. Me sonrió, aunque con los mismos ojos toscos. Yo entrecerré levemente los ojos, sin cambiar mi expresión.

Extendió los brazos a los costados, y con un tono seco con un deje de diversión habló:

-Bienvenida a la Zona, Valerie.

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