Capítulo 4: una prisión muy particular

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Los hombres uniformados que me habían puesto la muñequera aparecieron una vez más. No pude evitar mostrar ligeramente los dientes ante lo que reconocí como una posible amenaza, y un leve y grave gruñido hizo su camino desde mi garganta.


Aún así, ellos no parecieron inquietarse en lo más mínimo, y segundos después Wayland se acercó. Parecía no cansarse de ir y venir.


-Vas a tener un recorrido por nuestras instalaciones: te explicaremos lo que haremos, y qué será de ti. Si atentas algún escape o ataque de cualquier tipo, me temo que tendrán que electrocutarte. Si empiezas a dar señales de transformarte te aplicarán una descarga con la fuerza suficiente para dejarte inconsciente. ¿Lo has comprendido? -su voz era firme y calmada, sin dar lugar a la más mínima vacilación.


Pero yo no me iba a dejar intimidar y mirándolo fijamente asentí. Sabía que abalanzarme sobre lo primero que viera terminaría mal.


Dejaron que el cristal se levantara, y yo miré a cada uno de los presentes con cautela. Frente a mí sólo había una pared gris y hacia los costados estrechos pasillos que se extendían hasta perderse de la vista.


-Sabia decisión - comentó el director, y en eso una mujer se acercó y se situó al lado suyo. Su negro cabello lacio le llegaba hasta más allá de los hombros, y tenía una tez morena que contrastaba con sus ojos, similares al cielo en la madrugada. Iba vestida principalmente en cuero negro, parecía una motociclista modelo que sale en las portadas de las revistas. Su mirada era reacia y desinteresada.


-Ella es Samantha - prosiguió Wayland - te dirá todo lo que necesitas saber. Ahora si me disculpan, tengo asuntos que atender. - Y sin más se fue por última vez en el día.


La mujer, sin decir nada, empezó a avanzar por el corredor contrario, hacia mi derecha. El hombre ligeramente más bajo, que sostenía la vara con un collar, la siguió detrás. Sentí algo punzante en mi espalda y comprobé que el otro hombre me apuntaba con el tubo eléctrico, o como se llamase. Me indicó con un gesto que avanzara, y reticentemente obedecí, con él prácticamente sobre mi espalda.


-Esto es La Zona -empezó a decir Samantha, con un tono cansino, como si lo hubiera repetido muchas veces - aquí reclutamos a los monstruos que causan desastres como tú para enseñarles a comportarse y controlarse; y para alejarlos de la gente inocente, claro está. También los estudiamos, sus mentes: cómo funcionan, sus habilidades y puntos débiles, sus reacciones. Todo lo que se pueda saber, buscamos aprenderlo.


>>El lugar es un edificio de tres pisos, cada uno muy amplio. Está dividido en seis secciones: las Oficinas, el Rincón, el Laboratorio, el Patio, las Estancias y las Cámaras.


El largo pasillo llegó a su fin, y atravesando una puerta del mismo material que el cristal de donde estaba antes llegamos a un lugar al aire libre. O algo así.


Había cuatro gigantescos muros que parecían hormigón reforzado con hierro, o algo similar. Cercaban en un cuadrado un área de césped corto y verde, interrumpida en algunas partes por un piso de cemento. Se podían ver algunos árboles aquí y allá. Levanté la mirada y pude notar que por sobre nosotros se alzaba un techo enrejado, con apenas espacio libre entre cada cuadrícula. Era de día, pero el cielo estaba nublado. Uno de los muros, a un costado, tenía una gran puerta de cristal.


-Este es el Patio -continuó Samantha, con aire indiferente- aquí se puede hacer ejercicio, respirar aire puro, y pasarás la mayor parte de tu tiempo libre en este lugar. No te servirá de nada intentar escapar, aunque puedes probarlo y recibir unas cuantas descargas eléctricas a cambio; haría este día un poco más interesante.


Proferí un gruñido por lo bajo, no me agradaba esa mujer. Aunque claro, no que agradaba nadie en este lugar. Había terminado por decidir que no iba a huir hasta que conociera mejor La Zona. Tenía que ser estratégica y analítica para poder salir: la fuerza bruta no sería suficiente en esta ocasión.

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