Al día siguiente amanecí profiriendo un gruñido a causa de la ruidosa alarma. Estaba realmente cansada, no había dormido más que un rato. Una vez más, me molestó no tener una clara noción del tiempo.
De pronto sentí que me estiraban del brazo. Refunfuñé, aún adormilada.
-Hey, ven -la voz de Nate me hizo abrir los ojos, y me incorporé.
Simplemente con su vista abrió el armario y me condujo hasta allí, encerrándonos a los dos dentro.
Reí por lo bajo, frotando mis ojos.
-¿Qué haces?
-Nada, me pareció interesante meternos en un ropero a admirar el paisaje -me respondió con sarcasmo, para luego agregar: -es para que los Guardias piensen que nos fuimos al Rincón y no nos lleven, así podremos dormir un poco y estar preparados para esta noche.
-Oh -fue todo lo que se me ocurrió decir con sólo algunas neuronas activas por el momento. Me acurruqué en el reducido espacio haciéndome una bolita entre las ropas y cerré una vez más los ojos, lista para dormir de nuevo. Nate se sentó recostando la cabeza contra la pared. A duras penas entrábamos ambos.
Casi instantáneamente quedé profundamente dormida, quién sabe por cuánto tiempo. Sólo sé que lo único que pudo despertarme tiempo después fue un sentimiento mayor que el sueño: hambre. Era el problema de perderse el desayuno/almuerzo.
Una pequeña rendija de la puerta del armario se había abierto, creando un fino rayo de luz que iluminaba un poco el rostro de Nate: seguía durmiendo. Se veía tan tranquilo que procuré no despertarlo, y empujando la puerta miré a mi alrededor y salí.
¿Habrían notado nuestra ausencia? No lo parecía.
La celda estaba abierta, por lo que podría ser cualquier hora entre después de la Selección y antes de la cena. ¡Lo que hubiera dado por un reloj!
-Buenos días -escuché el susurro en mi oído. Con un sobresalto me giré para encontrarme con Nate.
-¡¿Por qué siempre tienes que hacer eso?! -le reproché.
Él sólo rio por lo bajo.
-Mejor salimos, antes de que nuestros queridos amigos lagartija y zorra nos extrañen.
-Está bien -acepté, y caminamos hasta el patio. A juzgar por el cielo era la tarde, cerca del anochecer. Habíamos dormido todo el día.
La realización de que pronto anochecería y ejecutaríamos el plan hizo que todas las preocupaciones que había dejado de lado ayer volvieran en cascada, y se me hizo un nudo en el estómago. En unas horas se decidiría todo: si vivíamos libres o en una jaula por el resto de nuestros días, o si moríamos intentándolo. De cualquier manera, nada sería igual; eso era seguro.
Pero todas estas preocupaciones se nublaron una vez más cuando entramos, como ya era costumbre, por entre los arbustos a la pequeña habitación escondida. Y sólo por una razón, claro. Por aquel detonador que activaba el impulso más primitivo en mí, la carne.
Efectivamente, Tiara sostenía una bolsa llena de filetes crudos que estaba desempacando. Mis uñas y dientes se volvieron filosos, y mis sentidos se agudizaron ante la visión. El hambre que tenía por no haber comido en todo el día, sumado a que desde que había llegado aquí no probaba verdadera carne, hicieron que no pudiera sacar la vista de la bolsa.
Nate lo notó, todos lo hicieron.
Él se aclaró la garganta.
-Si no vas a comerte eso... -le dijo a Tiara, señalándome con un gesto de la cabeza.
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La Zona
WerewolfQuerían encerrarnos, a todos quienes fuéramos distintos, tenernos como sus ratas de laboratorio. Pero no contaban con que nos uniríamos, con lazos de amor, traición, amistad, todo en torno a una sola idea: escapar.