Capítulo 9: sentimientos aflorando

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-Me impresiona ver cómo te has adaptado...


Desde el momento en que me trajeron a La Zona, nunca pensé que fuera a ser aburrido. Pero lo fue, la rutina de los días, cada uno igual al anterior, terminó por hacer que todo se volviera monótono. Llegar al lugar y aprender las nuevas reglas fue como un balde de agua fría, pero ahora el agua se había calentado. Entonces, casi sin que me diera cuenta, los días se volvieron semanas y las semanas se multiplicaron. Pero por más que el tiempo pasaba, la llama del deseo de libertad seguía ardiendo firme en mi pecho, y se rehusaba a ser apagada.


Las sesiones habían seguido, algunas más dolorosas que otras, y con más frecuencia de lo que me hubiera gustado. Pero era algo bueno, porque luego de un par de sesiones más sería capaz de transformarme ¡completamente a voluntad! Aún cambiaría de forma si me enojaba, pero podría hacerlo también cuando estuviera tranquila, y esto era la base en la que se apoyaba mi escape. Era irónico que quienes me habían puesto aquí estaban ayudándome a salir sin darse cuenta...


-¿Val? ¿Hay alguien ahí? -llamó Debbie, haciendo una mueca con su labio como solía hacer. Yo parpadeé, saliendo de mis pensamientos.


-Supongo que sí me acomodé bastante rápido -repliqué- pero no significa que odie este lugar una pizca menos.


Ella sonrió. Estábamos en su celda, poco antes del almuerzo. Deb la tenía toda para ella sola, probablemente porque los accionistas creían que siendo que de noche era una hiena, podría comerse a su posible compañero.


-Terminarás por acostumbrarte del todo, el tiempo hace eso. Después de tu primer año estarás llamando a este lugar tu casa.


Bufé con una mezcla de incredulidad y humor. No pensaba pasar un año en esta prisión, ni siquiera un día más del que fuera estrictamente necesario.


Debbie y yo nos habíamos vuelto bastante unidas en las últimas semanas, pero aún no le había contado de mis planes. Antes no había querido darle falsas ilusiones, pero ahora que lo veía como algo más factible, probablemente se lo diría pronto.


Este día hasta ahora había transcurrido con burda normalidad, y había pensado que seguiría así. Claro, por simple definición, uno siempre falla en esperarse lo imprevisto.


Y es por eso que cuando la campana que anunciaba el almuerzo sonó, me dirigí al comedor con tranquilidad, y agarré unas cuantas latas: ya había tomado por costumbre llevarme muchas; el sabor me resultaba pasable y de esta forma el hambre no se hacía sentir durante el día.


Como era usual Nate, Debbie y yo nos sentamos en una mesa y ya llevaba un rato de comer cuando alguien se nos acercó. Giré la cabeza y vi a Frost, el hombre-serpiente. Me tensé al instante. Ya se había recuperado del todo, y me miraba con los ojos entrecerrados.


-Oye, ¿crees que eres la única aquí? -gruñó, haciendo un gesto a mi pequeña montaña de latas de carne.


No supe qué responder inmediatamente, y sólo me quedé mirándolo.


-No hay una regla, cada quién agarra lo que quiere -dijo Nate- así que mejor te vas, lagartija.


Frost dirigió su vista hacia él, mi compañero tenía su mirada insolente de siempre. Yo también lo miré, preocupada de que nos metiera en más problemas. Con todo no dejaba de ser condenadamente atractivo.


-Tú no te metas -replicó Frost finalmente con una voz siseante y amenazadora- voy a llevar algo de carne -declaró luego.


Entonces estiró su mano de largos dedos escamosos para tomar una de las latas, pero Shade, de una forma increíblemente veloz, se posó sobre la pila y picoteó con fuerza al hombre. Este gruñó y con un rápido movimiento (tan rápido como una serpiente, pensé distraídamente) pegó un manotazo al ave y la tiró a un costado de la mesa. El cuervo soltó un graznido, y Nate un leve jadeo. De verdad que estaban conectados.

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