Capítulo 5: ¿Eso es comestible?

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Sentí que no había pasado nada de tiempo cuando un ruido ensordecedor invadió mis oídos, como si estuvieran clavando puñales en mi sistema auditivo. Con un sobresalto me lancé fuera de la cama, tensa y con los ojos bien abiertos. Miré a mi alrededor confundida unos segundos, hasta que me di cuenta de que este ruido era una alarma de algún tipo.


Noté que en la celda frente a la mía había una muchacha de ojos completamente negros, que resaltaban contra su cabello de un rubio casi plateado. Se estaba levantando con pereza de la cama, como si este ruido fuera algo normal. Al verme sonrió ligeramente. No supe bien cómo actuar, y antes de que pudiera decidirme escuché un gruñido que venía desde la cama superior: Nate tenía las manos sobre su cara y mascullaba por lo bajo, al parecer aún intentaba conciliar el sueño.


Dos Guardias se acercaron y uno abrió la reja con el mismo anillo que Samantha había utilizado. Hicieron una seña para que saliéramos, al tiempo que los demás monstruos también dejaban sus celdas, todos yendo en la misma dirección. Me pregunté por qué nunca decían nada, ¿eran siquiera capaces de hablar?


Decidí seguir a los demás, aunque cada músculo de mi cuerpo estaba en tensión y preparado ante cualquier sorpresa. Me giré al ver que mi compañero de celda no se acercaba. Los dos hombres se acercaron a su cama, insistentes.


-Ayer fue un largo día, no pienso levantarme hasta por lo menos dentro de un par de horas -murmuró Nate, aún con las manos cubriendo su rostro.


Uno de los Guardias pinchó con su arma el fino colchón, sacudiéndolo levemente, pero el joven los ignoró. El otro humano se giró hacia mí y señaló con su vara a los monstruos que se iban, en lo que supuse era un claro gesto de que me fuera. Decidí hacerlo, después de todo, no necesitaba otra descarga eléctrica.


Ya había dado unos cuantos pasos cuando escuché un zap de electricidad seguido de un quejido, y poco después Nate salió, con una expresión llena de irritación y ambos Guardias detrás.


Con un sacudimiento de cabeza dirigí mi vista al frente, y me di cuenta de que todos nos estábamos dirigiendo al Rincón. Cuando sentí el rugido de mis tripas noté por primera vez que me estaba muriendo de hambre.


Pasó por mi mente la imagen de una hamburguesa; pero no las baratas que solía comprar con el dinero que alcanzaba a conseguir, sino una de las buenas, en un restaurante, de varios pisos y con el jugo chorreando tras un mordisco... Mientras que mi lado lobuno fantaseaba con una liebre grande y gorda, de carne tan blanda que prácticamente se deshacía en tu boca...


Un empujón de alguien de la multitud me devolvió a la realidad. Tenía hambre, ansiedad, pero frente a mí ninguna de las comidas en la larga mesada se veía apetecible. De hecho ni siquiera estaba segura de que eso fuera comida.


-Esto es para ti -dijo una voz monótona y desganada; era una mujer con sobrepeso, de aspecto desaliñado y cicatrices de acné que se plegaban entre sus arrugas. Estaba señalando una vitrina llena de latas que decían "Carnes varias enlatadas".


-No voy a comer eso -afirmé decidida, con una leve mueca de asco.


-Entonces -repuso la mujer con la misma voz indiferente- vas a morir.


Suspiré, mi estómago rugía anhelando con desesperación algo con que nutrirlo. ¿Qué tan malo podría ser? Después de todo era carne, ¿no?


Abrí el vidrio y tomé una lata, para luego mirar a mi alrededor. Muchos se estaban sentando y comían tranquilamente, como si se tratara del comedor de un colegio. Solo que sus caras no dejaban ver un vestigio de alegría.


Ocupé una mesa que vi vacía y me metí en la tarea de abrir la lata intentando ignorar el olor fétido que salió de ella, para después engullir la "carne" pastosa, procurando no pensar en los trozos duros de algo no identificable que masticaba cada tanto.

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