Capítulo 8: La primer sesión

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Al día siguiente Nate me despertó un poco antes de la ensordecedora alarma. Estuve agradecida por no tener ese sobresalto de nuevo.


Decidí aprovechar el tiempo que tenía en cuidar de mi apariencia, hace varios días que no pensaba en eso, y me preguntaba cómo debía de verme.


Entré al pequeño baño y una mueca se formó en mi rostro al verme reflejada en el espejo. No me veía nada bien: mi cabello parecía un pajonal, estaba totalmente sucio y enredado; mis ropas estaban también mugrosas y desgarradas; mis pies, que llevaban mucho tiempo descalzos, estaban completamente negros en la planta; y polvo mezclado con transpiración cubría todo mi cuerpo.


Además estaba muy delgada y oscuras ojeras se dejaban ver debajo de mis ojos. Esto probablemente se debía a la falta de sueño y buena nutrición. No pude evitar sentirme avergonzada por cómo lucía, y decidí arreglarlo.


Lo primero que hice fue meterme en la ducha, lo cual fue una grandiosa sensación; incluso sonreí para mis adentros al sentir la calidez del agua. Salí y me sequé con la única toalla que teníamos.


Milagrosamente había un cepillo, así que comencé a desenredarlo, lo cual llevó su tiempo. Finalmente lo dejé sin nudos, pero no podía hacer nada más por él sin ningún tipo de shampoo o crema, que no había.


Finalmente me vestí con una camisa roja y unos jeans azul oscuro, provenientes del armario, y luego abrí la puerta y salí.


Nate sonrió al verme, y me dedicó una larga mirada.


-Estás... mucho mejor que antes.


Yo también sonreí, suponía que era lo más cercano a un cumplido que podía venir de él.


-Pues gracias... -en ese momento la alarma sonó, y a pesar de haber estado despierta me sobresalté enormemente.


Nate no pareció exaltado en lo más mínimo, y rio por lo bajo ante mi reacción.


-Ya te acostumbrarás, novata -dijo antes de dirigirse al Rincón.


Lo seguí, y cuando llegaba al comedor sentí el dolor punzante que era el hambre que tenía. Corté la distancia que me separaba de las vitrinas a gran velocidad, de hecho, fui la primera en llegar. Tomé todas las latas que pude cargar, ya ni siquiera me importaba su sabor.


Me senté en la primera mesa que vi y deposité mi pequeña montaña. Varios me miraron raro, pero no les di importancia. Comencé a abrir las latas y a devorar mi comida, sin apenas masticar.


Debbie se acercó y sonrió levemente.


-Buenos días... -saludó, pero tenía un tono distinto, más tímido y reservado.


Detuve mi engullimiento para mirarla. ¿Qué motivos tenía para comportarse así?


-¿Estás bien? - le pregunté sin muchos rodeos.


-Claro -se apresuró a responder- pero quería saber cómo estabas tú...después de lo de anoche...


Entorné ligeramente los ojos y me puse a recordar el día anterior, mientras seguía comiendo. Poco después me di cuenta de qué era lo que la carcomía.


-Debbie, no tiene nada de malo lo que eres; es más, me parece genial.


Ella sonrió con ilusión.


-¿En serio?


Me encogí de hombros, sonriendo también.


-Seguro, además no te transformas en una bestia que mata todo lo que está a su alcance...

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