06- Tinieblas

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—Como ya te dije, el mismo señor de los Shartan, Julien, me escogió una noche que me vio por casualidad, hace ya más de mil años. Yo era un joven arrogante y decidido a comerme el mundo. Desafiaba todo a mi paso, incluso hubiera desafiado a los vampiros, aunque, por aquel entonces, eran tan solo una leyenda.

»Aquella noche me disponía a encontrarme con unos amigos en el centro de la ciudad, como cada sábado. Salíamos a tomar unas copas y se nos hacía de día en nuestro club favorito: el Éxtasis. En aquellos tiempos la vida era muy diferente a la de ahora, así que no entraré en detalles o no terminaré nunca mi relato; solo te diré que teníamos toda clase de lujos. Hoy día todo ha vuelto a como era hace 1500 años, más o menos, aunque esto imagino que lo habrás estudiado en el colegio, ¿verdad?

Isaac asintió, aunque no había sido en la escuela donde había aprendido aquello, sino que su padre, el que hacía a la vez de tutor, se lo había enseñado, así como otras muchas cosas que no tuvo oportunidad de aprender en el colegio.

—Bien, volviendo a aquella noche, me separé de mis amigos unas horas antes del amanecer para regresar a casa, completamente ebrio. A mitad de camino, decidí sentarme en un banco del parque central, bajo la enorme luna teñida de naranja. La miré hasta que no pude mantener los ojos abiertos por más tiempo. No era muy seguro dormirse en un sitio así a aquellas horas, ni siquiera durante el día lo hubiera sido, pero a mis veintitrés años no me daba miedo nada.

»Justo cuando casi había conciliado el sueño, sentí algo parecido a una corriente de aire pasar por mi lado, rozándome. Era una noche cálida de verano, y no corría ni una pizca de aire. Abrí los ojos inquieto y observé alrededor. No vi absolutamente nada. Algunas pocas personas paseaban por las calles, pero nadie cerca de mí.

»Decidí que había llegado el momento de volver a casa y dormir hasta que se me pasara la resaca que seguro me atacaría a la mañana siguiente. Me puse en pie y, cuando volteé el banco, me di de bruces contra un hombre algo más alto que yo, de cabello largo y oscuro, piel pálida como la de un muerto y ojos ligeramente rojos. Ya te puedes imaginar de quien se trataba. Julien no se apartó, ni siquiera se movió un centímetro. Por aquel entonces, podías encontrarte con gente con una variedad de vestimentas increíbles. También estaban de moda las lentillas, así que podías ver ojos de cualquier color, por lo tanto, no me impresionó en absoluto su aspecto. Ni siquiera el color de su piel, ya que había una moda en particular en la que la gente usaba todo tipo de maquillajes, ropas y accesorios para parecerse a los vampiros u otros seres que en aquel entonces todos creíamos mitológicos.

»Como te he dicho, Julien no se movió de su sitio, ni siquiera cuando le pedí disculpas e hice ademán de seguir mi camino. Tuve que ser yo quien se apartara para proseguir. A los pocos pasos, mientras dejaba el parque, sentí que me perseguían, me giré, pero no vi a nadie, así que le eché la culpa al alcohol. Seguí caminando, siempre con la sensación de que alguien seguía mis pasos, pero no veía a nadie.

»Al fin, llegué al edificio donde vivía, situado cerca del centro, en una callejuela donde a aquellas horas solo encontrabas borrachos y drogadictos durmiendo en la acera, y que apestaba a restos de basura o excrementos de perro.

—Veo que no has cambiado tus gustos en cuanto a vivienda —bromeó Isaac recorriendo la estancia con la mirada, y el vampiro le sonrió para luego seguir con su historia.

—Subí las destartaladas escaleras, eran ocho pisos y no había ascensor, así que solía llegar cansado, aunque me ayudaba a mantenerme en forma. Cuando saqué la llave para abrir la puerta observé que ya estaba abierta. No me sorprendió ni me asustó, ya que en aquel barrio lo raro era que no entraran a robar, aunque era toda una aventura robar en un octavo. Recuerdo que maldije a la persona que supuse me habría quitado las pocas cosas de valor que pudiera tener y le pegué una patada a la puerta para abrirla; la cerré tras de mí con un manotazo mientras observaba el pequeño apartamento. No parecía que nadie hubiera tocado nada, estaba todo tal y como lo dejé y, en ese momento, iba demasiado borracho para fijarme en los detalles; así que crucé el pequeño salón, que estaba unido a la cocina y entré en la diminuta habitación para tirarme en la cama y dormir a pierna suelta.

Bajo la piel del vampiro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora