25- El fin

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Todos los que no iban a luchar donaron sangre para Ádrian, e Isaac se alimentó de él, adquiriendo un poder mayor al que tendría si bebiera directamente de las botellas que los ciudadanos, con gusto, le llevaron al vampiro.

Una vez estuvieron todos preparados, Isaac y Ádrian se adelantaron a los demás, rumbo al castillo de Julien. El semivampiro notaba el corazón en el cuello. Temía por la gente del pueblo, pero su mayor temor era perder a Ádrian. No quería morir, y tampoco deseaba que el vampiro lo hiciera. ¿Por qué tenía que ser así? Jamás había amado a nadie. Se sentía estúpido por haber dejado que su corazón gobernara sobre su mente, pero ¿qué podía hacer? Ya era demasiado tarde y tampoco creía que, de haberlo sabido, hubiera podido desviar sus sentimientos. El amor había llegado sin más.

—¿Estás listo? Ya casi estamos.

Las palabras de Ádrian lo sacaron de sus pensamientos. Isaac asintió y miró al frente. El castillo se levantaba poderoso frente a ellos. Sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo al evocar la visita forzada que había hecho días atrás.

—Déjame hablar a mí e intenta no apartarte de mi lado —le ordenó Ádrian, sin apartar la vista de su destino.

Isaac asintió y caminó pegado al vampiro.

Cinco figuras encapuchadas permanecían inmóviles frente a la puerta del castillo. Ádrian e Isaac se detuvieron a unos metros y levantaron las manos.

—Venimos a ver a Julien. Nos hizo llamar —dijo Ádrian.

Uno de los guardias dio un par de pasos al frente y se retiró la capucha. Escudriñó a ambos y les hizo un gesto con la mano para que se acercaran. Cuando estuvieron cara a cara, el vampiro levantó la mano, enseñando la palma, indicando que se detuvieran.

—Imagino que sabréis que, de intentar algo, estaréis muertos —dijo con tono confiado.

—Somos conscientes. Venimos desarmados y solos, como Julien solicitó —dijo Ádrian.

—¡Abrid las puertas! —gritó, tras un momento de pausa.

Las puertas se abrieron a la orden del vampiro y este se apartó para dejar pasar a los invitados. Dos de los encapuchados los siguieron al interior y las puertas volvieron a cerrarse a su paso.

Isaac tragó saliva al volver a ver a los esclavos con tan solo el cuello y las muñecas cubiertas. Tania esperaba al fondo del salón, junto a las escaleras y, enseguida, escucharon la voz melodiosa de Julien en el piso de arriba.

—Habéis venido antes de lo que esperaba —dijo mientras bajaba las escaleras, recorriendo la madera de la balaustrada con la punta de los dedos, apenas rozándola.

No apartaba la vista de Ádrian. A pesar de estar sorprendido de que siguiera con vida, su rostro mostraba más admiración que otra cosa.

—Tantos siglos llorándote y ahora resulta que estás vivo. —Julien mostró una amplia sonrisa y abrió los brazos de par en par, pero Ádrian dio un paso atrás antes de permitir que lo abrazara—. Oh, venga. ¿Acabas de reencontrarte con tu padre y no vas a darle un abrazo?

—No creo que se lo merezca, después de intentar asesinarme.

—Mi amado hijo —Julien juntó las manos y se miró los pies. Luego, levantó la vista de nuevo y sus ojos se clavaron en los de Ádrian—, las leyes son las mismas para todos. Si las quebrantara para uno de mis hijos, tendría que hacerlo para todos ellos. —Dio un paso al frente, quedando apenas a un palmo de su hijo—. Siempre fuiste mi favorito. Intenté por todos los medios que te olvidaras de aquel humano. Te juro que no quería llegar a esos extremos, pero no me dejaste alternativa. Eres demasiado muy orgulloso.

Bajo la piel del vampiro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora