18- Sentimientos

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—¿Crees que me hará daño el sol? —preguntó Isaac mientras miraba el cielo a escasos minutos del amanecer.

—Siempre puedes quedarte a comprobarlo, yo estaré dentro. —Ádrian se levantó de la mesa y entró en casa de Jack. Isaac suspiró y lo siguió—. ¿Sabes por qué la luz del sol nos mata? —dijo cuando el chico cerró la puerta.

—¿Por qué?

—El sol es fuego. Cuando nos exponemos a él, se introduce por cada uno de nuestros poros, llega a nuestra sangre y esta arde.

—¿La sangre?

—La sangre de un vampiro es como combustible. Fíjate. —Ádrian se acercó a la chimenea y se mordió la lengua, luego, escupió al fuego, creando así una llamarada.

—Increíble.

—Mejor ten cuidado. Ahora llevas más sangre de vampiro por tus venas. Puede que el sol sí que te afecte.

—Y si es así, ¿arderé al instante? —dijo preocupado, y el vampiro soltó una carcajada.

—Arderías al instante si una flecha de fuego atravesara cualquier parte de tu cuerpo. Con el sol es diferente; tarda más. Vas quemándote lentamente hasta que la primera chispa se enciende dentro de tu cuerpo y se propaga. En apenas dos segundos, te conviertes en ceniza. —Isaac sintió un escalofrío y miró por la ventana. El sol ya comenzaba a asomar y notó un leve escozor en los ojos.

—Deberías entrar en la habitación. —Sonrió al vampiro—. Yo esperaré un poco más.

—Ten cuidado al entrar —dijo convencido de que no tardaría en volver a verlo, y cerró la puerta de la habitación tras su paso.

Isaac se acercó más a la ventana y se quedó observando al horizonte con los ojos entrecerrados. Pronto empezó a sentir un picor en la cara. No era algo que le doliera excesivamente, pero un miedo que no había sentido jamás por la luz del sol lo sobrecogió y decidió ir tras Ádrian.

—Cierra con llave, por favor —dijo el vampiro sin levantar la vista de su espada. La afilaba con delicadeza, sentado en la única cama del pequeño cuarto.

—No creo que sea necesa...

—Intenta entender que no confíe plenamente en los humanos. —lo interrumpió. Levantó la vista y sus ojos relampaguearon.

—Está bien, está bien. —Giró la llave y la puerta quedó cerrada por dentro.

—Has tardado en volver menos de lo que esperaba. —Se burló.

—No me atrae la idea de un bronceado exprés —bromeó mientras se sentaba a su lado, y dejó caer la espalda sobre la cama—. ¿Cuántas posibilidades tenemos de vencerlos?

El vampiro lo miró y levantó una ceja antes de responder.

—Muy pocas. Creía que ya lo sabías. —Volvió la vista a su espada y continuó afilándola.

—Desde luego, no eres muy optimista.

—¿Estás seguro de que quieres hacerlo? —Dejó el arma a un lado y miró al chico.

—Van a venir a por mí de todas formas. Será peor si no me entrego. —Se incorporó y apoyó los brazos en sus rodillas—. Además, no creo que tengamos muchas oportunidades como esta para atacarlos. —Miró al vampiro y una breve sonrisa cruzó su rostro.

—Podríamos idear otro plan, aún estamos a tiempo.

—Pareces preocupado por mí. —Isaac soltó una leve carcajada y bajó la vista al suelo.

—Tal vez lo esté más de lo que crees.

El joven sonrió con amargura.

—¿Es porque ahora llevo tu sangre?

—Sabes que eso no tiene nada que ver.

—¿Entonces, será porque bebiste la mía?

—¿Me odias por eso? —Al no obtener respuesta, lo agarró suavemente del mentón e hizo que lo mirara—. Nunca tuve la intención de hacerlo. Lo sabes, ¿verdad? Lo que pasó fue un error...

—Un error —carcajeó de nuevo—... El error fue confiar en ti. —Le apartó la mano y giró la cara. Sentía un dolor agudo en el pecho, pero no podía permitirse volver a llorar delante de él, no podía dejar que viera la debilidad de su corazón.

—Eres importante para mí, Isaac. —El vampiro se levantó y se arrodilló frente al joven, que seguía evitando su mirada—. No tiene nada que ver con esta guerra ni con que tengas sangre humana ni con que yo sea un vampiro...

—¿Ni con que te recuerde a August? —Miró al vampiro con rabia, intentando contener las lágrimas.

—Isaac, ¡no! —Ádrian sostuvo las manos del joven—. Lo que hice no fue porque me recordaras a él... Demonios, ni siquiera sé por qué lo hice...

—Eso mejora las cosas. —Bufó y tiró de sus manos intentando soltarse de las del vampiro, pero este las apretó con fuerza.

—¡Me importas! Pero no quiero que esto acabe en otro baño de sangre —bramó, desesperado—. ¿No entiendes lo difícil que es para mí? Tú, que has tomado mi sangre, ¡deberías entenderlo mejor que nadie! —Isaac recordó el dolor que sintió al beber de Ádrian y no pudo seguir evitando que las lágrimas inundaran sus ojos.

—No quiero estos sentimientos, no los soporto —murmuró antes de echarse a llorar sobre el pecho del vampiro, y este le aprisionó en sus brazos en un intento de consolarlo.

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Bajo la piel del vampiro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora