15- Cerrando la mente

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El vampiro salió por la puerta con Isaac al hombro y se dirigió hacia su casa. Llegó poco antes de que el sol asomara por el horizonte, y estuvo al lado del joven en la misma habitación donde había dormido otras veces. Lo observó largo rato, sin dejar de pensar en la forma de enseñarle a cerrar su mente cuanto antes. El dejarle inconsciente cada vez que intentaran invadir sus pensamientos no era una buena opción, pero dejar que descubrieran que él seguía vivo, tampoco.

—Ádrian —murmuró Isaac, y apretó los ojos antes de abrirlos.

—Isaac, escúchame. —Lo agarró de la mano y se inclinó sobre él para hablarle de cerca—. Intenta no pensar en mí, intenta no pensar en nuestros planes, piensa en cualquier cosa menos en eso. ¿Me has entendido?

—¿Qué está pasando? —Isaac quiso incorporarse, pero el vampiro no se lo permitió.

—Al desarrollar tus habilidades vampíricas, tu mente se ha abierto para los demás vampiros. Ahora pueden escucharte y entrar en tu cabeza. —Le explicó rápidamente—. No tuve más remedio que dejarte inconsciente, pero antes de que vuelvan a ocupar tu mente, debes intentar aprender a cerrarla.

—Entiendo, pero yo...

—Isaac —le interrumpió—, si no lo haces, sabrán que sigo vivo y atacarán aún con más fuerza. No podremos hacerles frente de ninguna manera.

—No es eso, Ádrian. —Levantó la vista y unos ojos aterrorizados encogieron el corazón del vampiro—. Tal vez sea demasiado tarde. Era Julien..., está furioso.

—¿A qué te refieres, Isaac? —Un escalofrío le recorrió el cuerpo al escuchar el nombre de su padre.

—Fue él quien entró en mi mente, yo... no sé cómo explicarlo. —Apretó la mano del vampiro con fuerza—. Parecía estar en un abismo mientras alguien controlaba mi cuerpo y mis pensamientos. —Agarró la camisa del vampiro y le miró a los ojos—. Tienes que decirme cómo hacerlo, no quiero volver ahí, por favor.

—Isaac... —El vampiro lo tomó delicadamente del mentón y, dejándose llevar, le besó suavemente los labios. Luego lo envolvió con sus brazos y lo apretó contra el pecho—. No dejaré que nada malo te ocurra.

Aquello calmó al muchacho. No podía negar que había deseado acercarse al vampiro de aquella forma durante los últimos días. Incluso antes, se había sentido extrañamente ligado a él. Y, aunque al principio no entendía por qué, cuando se enteró de que compartían su sangre, lo achacó a ello.

—¿Qué vamos a hacer? Soy un peligro para todos, ¿verdad?

—No digas eso.

—Pero es la verdad. —Se apartó de Ádrian y agachó la vista avergonzado—. Solo quería ayudar y ahora me he convertido en un problema.

—Isaac —el vampiro apoyó su mano en el hombro del chico y sonrió—, vas a ser de mucha ayuda para todos cuando esos vampiros ataquen. Ahora debes concentrarte en aprender a cerrar tu mente. No tenemos mucho tiempo.

—Pero ¿y si ya conocen nuestros planes? Julien...

—No le di tiempo a ello. Tal vez llegara a verme, pero solo sabría que estoy vivo, nada más.

Guardaron silencio unos segundos, hasta que Isaac asintió con expresión decidida.

—De acuerdo. Si vuelven a meterse en mi mente, golpéame las veces que sean necesarias.

—Si me prometes aprender rápido. —El vampiro sonrió suavemente, no le hacía gracia tener que golpear al chico.

—Espero tus instrucciones, maestro. —Isaac le devolvió la sonrisa y cruzó sus piernas sobre la cama. El vampiro soltó una carcajada y le revolvió el pello—. Bien, presta atención.


Le explicó con detalle la mejor forma de lograr cerrar la mente, pero, aunque Isaac lo intentara de todas las maneras posibles, no lo conseguía. Ádrian siempre entraba sin dificultad en su cabeza y tres veces tuvo que dejarle inconsciente para que otros no lo hicieran. Poco antes de la puesta de sol, Isaac había conseguido cerrar su mente durante pocos segundos, pero no era suficiente. Ádrian empezó a exasperarse, no quería tener que golpearle de nuevo y sabía que era imposible que un semivampiro lograra aquel propósito en tan poco tiempo.

—No lo conseguiré, ¿verdad? —preguntó Isaac al ver el rostro irritado del vampiro.

—No eres lo bastante fuerte —respondió mirando hacia un lado—. Más bien, tu sangre no lo es. A mí me llevó años aprender a hacerlo, y soy un vampiro completo.

—Cuando Vincent te dio su sangre, también te dio su fuerza, ¿verdad? —Isaac agachó la cabeza y negó con ella, horrorizado por lo que Isaac estaba a punto de pedirle—. Si yo bebiera la tuya...

—¡No! —El vampiro lo miró furioso.

—Tal vez así lograra cerrar mi mente. No estaríamos en peligro, entonces, y combatiría mejor a los vampiros. ¡No me puedes negar eso!

—He dicho que no, y fin de la discusión. —Ádrian salió por la puerta y saltó las escaleras. Aterrizó en la planta de abajo apoyando primero las puntas de sus pies, suavemente, y luego los talones. Salió fuera de la casa y se quedó observando el cielo, sin estrellas ni luna que lo iluminaran—. La noche perfecta para un ataque —murmuró, y bajó la vista al suelo.

—Sabes que es lo mejor. —Isaac salió de la casa poco después y caminó hacia el vampiro, deteniéndose a su espalda.

—¿Sabes lo que me estás pidiendo? —Su voz sonaba intranquila y áspera.

—Dejaré de ser humano, ¿verdad? —Ádrian se giró y lo observó.

—Medio humano —le corrigió—. Tal vez no vuelvas a ver la luz del sol. Tal vez no puedas seguir conviviendo con los tuyos. Tal vez ni siquiera puedas controlar tu sed y mates a uno de ellos.

—Tú no lo permitirás. Debes controlarme para que no mate a ningún humano. Prométemelo. —El joven agarró los brazos del vampiro y lo miró a los ojos.

—¿Y qué harás si no puedes alimentarte de los estofados de Anne? Al principio no es fácil controlar el hambre. Te vuelves loco, pierdes tus sentidos y solo piensas en alimentarte. Si no lo haces, enloqueces aún más. No serás tú mismo. Ni siquiera serás capaz de luchar. ¡Es una locura! —Ádrian se apartó de él y echó a andar alejándose del lugar.

—Te olvidas de que soy medio vampiro —gritó—. Jamás he tenido sed de sangre. Puede que yo sí pueda controlarme. ¡Es la única manera, Ádrian, y lo sabes! —gritó aún más fuerte, apretando los puños—. ¡Si tanto deseas vengar a August, debes hacerlo! —Vio al vampiro detenerse en seco y girarse para volver a caminar hacia él.

—Anne me odiará por esto —murmuró, y se llevó la muñeca a la boca. Un chorro de sangre emanó por esta cuando la levantó frente a Isaac—. ¿Quieres beber? ¡Bebe! —rugió.

El chico tragó saliva y, sin pensárselo dos veces, agarró el brazo de Ádrian y acercó su boca, dejando que la sangre la llenara. Una oleada de sensaciones le invadieron el pecho, miles de imágenes se agolparon en su cabeza, y notó cómo cada célula de su cuerpo cambiaba. Mientras, el vampiro lo observaba, pero la visión de August bebiendo su sangre se cruzó en su mente y le hizo apartar a Isaac de un empujón, lanzándolo al suelo. El joven se llevó las manos al cuello y se retorció en el suelo gritando a pleno pulmón. Ádrian, horrorizado por lo que acababa de hacer, cayó de rodillas y las lágrimas empezaron a precipitarse fuera de sus ojos ensangrentados mientras repetía una y otra vez: «¿Qué es lo que he hecho?».

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Bajo la piel del vampiro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora