10- Presentación

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—Ya puedes dejarme en el suelo, me estoy empezando a marear —refunfuñó Isaac cuando quedaban apenas diez metros para llegar al puente de la ciudad, por debajo del cual murmuraba el río, débil.

—A sus órdenes —respondió Ádrian mientras lo depositaba graciosamente en el suelo como si se tratara de una delicada princesa.

—No sabía que los vampiros tuvierais sentido del humor —se burló el chico colocándose bien la ropa—. No era necesario que me trajeras en brazos.

—Habríamos llegado a la salida del sol si no lo hubiera hecho, ¿no crees?

—No soy tan lento.

—No lo dudo, pero en tu estado tampoco es bueno correr. —Le guiñó un ojo, sin dejar de burlarse, y dirigió su vista hacia la ciudad—. Parece que está todo tranquilo, qué raro.

—¿Crees que estarán todos bien?

—Me extrañaría que no hubiera ninguna baja —dijo, y enseguida se dio cuenta de que aquel comentario podría afectar al muchacho—. Claro que... puedo sentir el olor de bastantes humanos. Eso es bueno. —Intentó remediar el daño ya hecho, pues Isaac observaba a lo lejos la ciudad, con ojos preocupados. Temía encontrarse lo peor.

—Vamos, llévame con ese carnicero —le ordenó de repente, y emprendió el paso.

—Claro —susurró el vampiro.

Llegaron a un callejón cerca del puente, tras haberlo traspasado. Ádrian se detuvo frente a la puerta trasera de la carnicería y dio dos golpes rápidos seguidos de un golpe más fuerte. Sin duda, se trataba de una especie de contraseña. Pronto se abrió la puerta chirriante y tras esta apareció un hombre bajito y rechoncho. Los blancos rizos despeinados y sus sonrojadas mejillas le daban un aspecto inocente a su rostro cansado. Isaac imaginó que lo habrían despertado.

—Buenas noches, Adam —saludó el vampiro mientras se abría paso apartando al hombre con suavidad.

—¡Dios bendito! —gritó de pronto el carnicero cuando posó los ojos en Isaac.

—Entra de una vez y cierra la puerta, ¿quieres?

Isaac obedeció y, una vez dentro, a salvo de miradas y oídos ajenos, el carnicero volvió gritar:

—¡Estás vivo!

—Perdone..., pero... ¿nos conocemos? —susurró el muchacho, confundido e intentando encontrar algo familiar en el rostro de aquel hombre.

—No, no, no, no —dijo nervioso.

—¿Qué te ocurre, viejo? —preguntó Ádrian, que empezaba a perder la paciencia.

—Este joven es toda una leyenda, es increíble que seáis amigos.

—¿Yo? ¿Una leyenda? —Isaac miró al vampiro sin entender nada, y Ádrian le devolvió la mirada, igual de perdido que el chico. Volvieron la vista hacia el carnicero, que seguía completamente emocionado—. Creo que te se confundes con otra persona. Yo solo soy un chico normal y corriente.

—Todos te daban por muerto, creían que los vampiros no habrían dejado nada de ti. Todos menos tu padre. Ha colgado carteles con tu foto por toda la ciudad.

—¿Mi padre? —interrumpió el chico—. Entonces, ¿está bien?

—Sí, aunque después de aquella noche, la noche que atacasteis, los vampiros se han vuelto más obstinados y la gente está muerta de miedo. ¡Qué bien que hayas vuelto acompañado de Ádrian! Ahora tendremos más oportunidades de sobrevivir, estoy seguro.

—¿Conoces a Roger?

—¿A Roger? —preguntó confundido.

—Roger, mi padre.

Bajo la piel del vampiro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora