05- Petición

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Isaac durmió varias horas y despertó en algún momento del día. A juzgar por la posición del sol, supuso que debían de ser las cinco de la tarde aproximadamente. Buscó su reloj, pero no lo encontró por ningún sitio e imaginó que lo habría perdido en su lucha contra los vampiros.

Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana para abrir las cortinas por completo, ya que solo había una entreabierta. Toda la habitación quedó iluminada por los rayos del sol, que no tardarían mucho en desaparecer. Se quedó allí de pie, contemplando el horizonte mientras pensaba en todo lo que Ádrian le había contado la noche anterior. Se preguntó, una y otra vez, si debería confiar en él. En otras circunstancias jamás lo habría hecho, pero habiéndole salvado la vida sin ningún motivo, ¿por qué debería desconfiar?

—¡Estoy cansado de darle vueltas! —gritó llevándose las manos a la cabeza y revolviendo su cabello—. En cuanto vuelva a aparecer, le preguntaré sus motivos, y no pienso dejarme embaucar con ninguna historieta suya —dictaminó, pero tener que esperar le ponía de los nervios, y empezó a dar vueltas por la habitación sin saber qué hacer.

Se encontraba mucho mejor, aunque no sabía si tanto como para caminar durante horas hasta llegar a la ciudad por ese desierto. Ni siquiera sabía si seguiría el camino correcto, además, lo que le había dicho el vampiro también tenía que tenerlo en cuenta: hacía dos noches habían atacado a los vampiros y la ciudad entera estaría vigilada, ¡si no en guerra! En verdad era un disparate irse ahora. No le quedaba más remedio que intentar confiar en Ádrian.

Cansado de esperar y de pensar, decidió buscar algo que hacer hasta que Ádrian despertara de su «siesta» de vampiro.

Salió de la habitación y bajó las escaleras con cuidado de no hacer ruido, tarea complicada, ya que parecía que se fueran a quebrar de un momento a otro. Cuando llegó abajo miró todo el lugar perplejo. No entendía cómo aquello podía seguir en pie, y tampoco cómo nadie, incluido un vampiro, podía arriesgarse a dormir bajo ese techo, que sin duda podía caerse a cachos de un momento a otro.

Se preguntaba dónde se encontraría el ataúd donde descansaba Ádrian cuando se giró y vio una sombra tras la escalera: una silueta de una mecedora y alguien sentado en ella. Se acercó un poco más y reconoció el perfil del vampiro. No imaginó que estuviera durmiendo, pues no creía que fuera tan estúpido como para arriesgarse a hacerlo durante el día en un sitio como aquel.

—Ádrian —susurró mientras se acercaba muy despacio, pero el vampiro no contestó, ni siquiera movió un músculo.

Al llegar junto a él, observó sus ojos cerrados. El vampiro mostraba una apariencia tranquila pero melancólica. Se preguntó si aquellas criaturas de la noche también soñarían y, si así fuera, qué debería de estar soñando Ádrian en ese momento. Agachó su rostro para observar al vampiro más de cerca. Tenía la piel tan pálida como la de un muerto, cosa que no le sorprendió, ya que, en cierta manera, estaba muerto. Lo que sí le sorprendió fue el tipo de palidez. Era extraña, como la de ningún vampiro que hubiera visto antes. Su piel parecía más dura, más blanca, ni siquiera se le veían las venas que siempre delataban a un vampiro. Aquellas criaturas podían ser muy hermosas, sin embargo, cuando aún no se habían alimentado, mostraban un aspecto algo fantasmagórico. El de Ádrian era, sin duda, el rostro más hermoso que jamás había contemplado, pero no como el de un vampiro recién alimentado, que era cuando presentaban su máxima belleza, sino como el de un ser ajeno a este mundo. Parecía una estatua esculpida en mármol, pero tan perfecta y real que no podía ser inerte.

Isaac retrocedió un paso al presenciar un espasmo en aquel cuerpo. Pensó que despertaría, pero continuó durmiendo plácidamente, y se volvió a preguntar si estaría soñando. Volvió a dar un paso hacia delante para posar las yemas de sus dedos sobre la mano de Ádrian, que la mantenía apoyada sobre el brazo de la vieja mecedora de madera. Palpó la piel, hundiendo sus dedos con cuidado, sintiéndose impresionado de su tacto. No era tan duro como el mármol, pero, sin duda, sería difícil atravesar un cuerpo como aquel.

Bajo la piel del vampiro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora