Los peces que saltan

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Se asombraba principalmente de que en la tierra las flores desprendieran una fragancia que no poseían las que crecían en el mar y de que los bosques fueran verdes.

No podía figurarse cómo los peces cantaban y brincaban en los árboles. La abuela llamaba a los pajarillos "peces", pues de otra manera no hubiera logrado ser entendida.

"Cuando cumplas quince años – dijo la abuela – te permitiré que subas a la superficie del mar y que te sientes a la luz de la luna encima de las rocas para que veas pasar a los enormes barcos".

Un año después, el más grande de los hermanos iba a cumplir quince años, y como sólo había un año de diferencia entre cada hermano, el más chico debía de esperar cinco años para salir a la superficie del mar. Sin embargo todos se juraron contar cada detalle de las hermosas cosas que vieran en su primera salida, porque su abuela no les describía mucho y había incontables hechos que tenían enormes deseos de conocer por ellos mismos.

El más chico de los hermanos era el más curioso. Por las noches se colocaba a un costado de la ventana abierta para intentar ver a través del agua azul, que los peces agitaban con sus aletas y cola. Observaba, efectivamente, la luna y las estrellas, las cuales le parecían muy opacas y enormemente agrandadas por el agua.

Cuando una nube negra las ocultaba, tenía la seguridad de que era una ballena o un barco cargado de hombres que surcaba el mar por encima de su palacio, e indudablemente aquellos hombres no pensaban que un atractivo sirenito tendía debajo de ellos sus blancas manos hacia la embarcación.

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