Los Hijos del Aire

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En esos instantes el sol salía de las aguas; sus rayos agradables y restablecedores, caían sobre la espuma fría, y el sirenito no se sentía muerto. Vio el sol radiante, las nubes de color carmesí, y por encima de ellas, brotando mil criaturas transparentes y celestiales. Sus voces entonaban una melodía fascinante, pero tan delicada, que ningún humano podía escucharla, al igual que ninguna vista podía mirarlas. El hijo del mar se dio cuenta de que también tenía un cuerpo parecido al de aquellos seres, y que de poco a poco se desprendía de la espuma.

¿En qué lugar me encuentro? – preguntó el sirenito con una voz tal que ninguna música podría dar idea de ella.

¡Entre los hijos del aire! – Le contestaron – los sirenos no tienen espíritu eterno, y sólo se puede conseguir uno gracias al amor de un hombre: su vida eterna depende de un poder extraño. Como los sirenos, los hijos del aire no tienen espíritu eterno; pero pueden conseguir uno con sus buenas acciones. ¡Volemos hacia las regiones calientes donde el aire mata a los hombres, para llevar ahí un viento fresco! ¡Extendamos en el aire el aroma de las flores! ¡Por donde crucemos llevemos auxilio y alegría! Cuando hayamos hecho el bien durante trescientos años, recibiremos un espíritu eterno, y podremos participar de la eterna felicidad de los hombres.

El SirentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora