Los Jardines

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Durante todo el día, los chicos jugaban en los salones del palacio, cuando se abrían las ventanas, entraban pececillos a comer en la mano de los príncipes. Frente al palacio se encontraba un enorme jardín cuyos árboles eran de color azul oscuro o rojo fuego. Los frutos brillaban como el oro, y las flores, sacudiendo continuamente sus tallos y hojas, parecían pequeñas llamas.

En el jardín, cada uno de los príncipes poseía un pedazo de terreno que podía sembrar como quisiera. Uno de ellos le dio forma de ballena, otro la de un  cangrejo; el más chico lo hizo circular como el Sol, y le sembró flores tan rojas como él.

Era un chico raro, callado y pensativo. Cuando sus hermanos jugaban con varios objetos traídos de los barcos hundidos, él se distraía embelleciendo una hermosa estatua de mármol blanco, esa estatua que personificaba a un bello chico humano había cautivado la atención del pequeño príncipe del mar.

Su mayor delicia era escuchar las narraciones del mundo donde viven los hombres y constantemente le suplicaba a su abuela que le platicara de los buques, de las ciudades, de los hombres y de los animales.

El SirentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora