La Tormenta

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Era ya muy noche, sin embargo, el sirenito no podía dejar de contemplar al buque y al bello príncipe. Las lámparas se habían apagado, y finalizaron los cañonazos, fueron extendidas una tras otra las velas, y el barco avanzó velozmente por el mar. El sirenito lo persiguió sin apartar un solo segundo la vista de la ventana. Repentinamente, el mar comenzó a enfurecerse; las olas se agrandaban, y enormes nubes negras se amontonaban. A lo lejos resplandecían los rayos; se alistaba una violenta tormenta. El barco se movía de un lado a otro en el turbulento mar y avanzaba a marcha veloz. Las olas, alzándose como enormes montañas, lo obligaban a deslizarse entre ellas como un cisne y otras lo elevaban por arriba de su cima. El sirenito se entusiasmó primero mucho por aquel peligroso viaje; pero cuando el barco, luego de soportar bruscas sacudidas, empezó a crujir y el agua a invadir la bodega, entendió el peligro, y tuvo que cuidarse de que no le cayeran pedazos del barco.

La inquietud alcanzaba su máxima intensidad en el barco; se zarandeó una vez más, y se hundió repentinamente, el sirenito vio al joven príncipe sumergirse en el mar. Turbado de felicidad, se figuró que iba a bajar a su morada; no obstante, recordó que los hombres no pueden vivir en el agua y que por lo tanto, llegaría muerto al castillo al de su padre. En tal caso para salvarlo, cruzó a nado los palos y las tablas desperdigadas por el mar arriesgándose a que lo lastimaran; se zambulló con gran velocidad, y llegó hasta donde se encontraba el joven príncipe inconsciente, justo cuando cerraba los ojos, próximo a morir. El sirenito mantuvo su cabeza por arriba del agua, y luego se dejó llevar con él por las olas.


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