Los Hermanos

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Finalmente llegó el día en que el príncipe más grande cumplió quince años, y salió a la superficie del mar. A su regreso tuvo mil cosas que narrar.

"Ooh – decía -, ¡qué encantador es contemplar las orillas de la gran ciudad, donde resplandecen cientos de luces; escuchar música agradable, el repique de las campanas de las iglesias y el murmullo de hombres y carrozas!"

¡Era sorprendente observar con qué interés lo oía su hermano pequeño! Por las noches, cerca de la ventana abierta y observando a través de la gigantesca masa de agua, pensaba en la gran ciudad, en sus murmullos y en sus luces, y hasta creía escuchar el sonido de las campanas.

Al año siguiente, al segundo de los hermanos le autorizaron salir. Cuando el sol rozaba el horizonte sacó la cabeza del agua, y el esplendor de este espectáculo lo asombró hasta un extremo inexplicable.

"el cielo – les comentaba a sus hermanos cuando regresó – parece de oro, y la hermosura de las nubes es incluso mayor de lo que pueden suponer se hallaban delante de mi de tonalidades rojas y violetas, y en medio de ellas volaba hacia el sol como una larga vela blanca una multitud de cisnes. También yo quise nadar hasta el enorme astro rojo, pero de repente se esfumó, y la claridad rosada que coloreaba la superficie del mar se disipó como por hechizo.

Después tocó la oportunidad al tercer hermano, quien era el más audaz. Subió por el cauce de un amplio río. Miró asombrosas colinas sembradas de viñedos, castillos y granjas situados en medio de bosques magníficos. Escuchó el coro de los pájaros, y el calor del sol lo obligó a bañarse varias veces en el agua para refrescarse el semblante. En una pequeña bahía halló a varios seres humanos pequeñitos, quienes jugaban mientras se bañaban.

Intentó juguetear con ellos, pero huyeron muy espantados, un animal negro (un perro) empezó a gruñir tan espantosamente, que el sirenito, pasmado de pavor, regresó inmediatamente al mar. Pero no podía olvidar los estupendos bosques, las colinas verdes y los maravillosos niños que nadaban pese a que no tuvieran aletas como él.

El cuarto hermano, quien no era tan audaz, decidió permanecer en medio del terrible mar, donde el paisaje se extendía a varios kilómetros. Veía que a lo lejos navegaban los buques, más grandes que las gaviotas; que los entusiasmados delfines daban enormes brincos, y que las grandiosas ballenas arrojaban chorros de agua por las fosas nasales.

Al fin le tocó el turno al quinto hermano. El día de su fiesta cayó justamente en invierno; por eso vio lo que los demás no habían logrado contemplar. El mar tenía una tintura verdosa, y por todos los sitios navegaban montañas de hielo de figuras raras y que relucían como diamantes.

"Cada una de ellas – dijo – se parece a una perla más grande que las torres de las iglesias que construyen los hombres."

El quinto sirenito se había sentado en uno de los más grandes (icebergs); y al verlo todos los navegantes se marcharon temerosos de aquella región. Durante la noche una tormenta envolvió el cielo con nubes; resplandecieron los relámpagos, rugió el trueno, mientras el mar, negro y borrascoso, elevando enormes montones de hielo hacía que éstos brillaran a la claridad roja de los relámpagos. Se cargaron todas las velas, se extendió el miedo por todos los lugares; pero él, sosegadamente sentado en su montaña de hielo, vio caer el rayo haciendo ondulaciones en el agua brillante.

En la primera ocasión que cada uno de los hermanos salía del agua se asombraba de las nuevas cosas que se veía; por las noches sus hermanos se agarraban del brazo y subían a la superficie del agua. Cuando se marchaban sus hermanos, el más chico se posaba a un lado de la ventana, los seguía con la mirada y tenía ganas de llorar. Pero un sireno no derrama lágrimas, y su corazón padece más por esa situación. Sin embargo, en cuanto sus hermanos cumplieron quince años, podían subir a la hora que quisieran y poco a poco la curiosidad se esfumó, y después de un mes aseguraban que en el fondo del mar todo era más bonito que en la superficie.

"¡Ooh! ¡Si yo tuviera quince años" - se lamentaba el sirenito - cuánto adoraría a ese mundo de arriba!

El SirentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora