V.

236 48 3
                                    

Todavía no sé como he podido conseguir este puesto como camarera.

Tal vez porque el dueño es como yo, un alma solitaria. La gente de este grupo sabemos identificarnos muy fácilmente.

Preparo una taza de café para la mesa cuatro.

El café sale ruidoso de la máquina.

Como me gusta este olor.

Salgo de la barra y le tiendo la taza al caballero de aire afable, distraído con el periódico de la mañana.

No me presta atención.

Que gente más maleducada.

Cojo un trapo y empiezo a limpiar la mesa de al lado.

La campanilla de la puerta suena.

Ha entrado alguien.

Maldita mancha de chocolate. ¿Por qué no se quita?

Noto a alguien a mi derecha.

Levanto la vista.

Es un chico, acompañado de una rubia con ojos azules que me mira con cara de pocos amigos.

Les presto espacio para sentarse y me marcho.

Me dirijo a la barra mientras cojo la libreta de los pedidos.

Los observo de lejos.

Parece que son novios, aunque la rubia solo mira a sus uñas, y el chico a la ventana.

Qué chico más guapo.

Tiene los ojos verdes. Como dos esmeraldas. Su pelo castaño se encuentra alborotado, y repetidas veces lo veo echarlo para atrás.

Siento una sacudida.

Mi jefe me acaba de llamar la atención para que siga con mi trabajo.

En verdad es simpático, solo que un tanto gruñón.

Me dirijo a la mesa que hace escasos segundos estaba observando.

El chico deja de mirar a la ventana para mirarme a mí.

Empiezo a notar mis mejillas ardiendo.

Mierda.

Comportate.

Tú no eres así.

Cada uno me pide lo que quiere.

Que chica más imbécil. Me mira con aires de grandeza y vuelve a mirarse las uñas.

El chico en cambio me mira y me sonríe con un gracias.

Otra vez ese calor en mis mejillas.

Serás tonta.

Ha pasado largo rato.

Yo sigo de acá para allá, escudriñando de vez en cuando a aquella mesa.

Esos ojos no son normales. Y menos la sonrisa.

Pero, ¿ en qué piensas loca desquiciada?

De repente, veo como se levantan.

¿ Tan pronto?

El chico abre la puerta de la cafetería mientras deja pasar amablemente a su acompañante.

Yo sigo mirando la escena.

De repente, los ojos de aquel chico se topan con los míos.

Mierda, te ha pillado.

Una sonrisa se dibuja en su cara, y hace un gesto con la mano como despidiéndose.

Yo le devuelvo el gesto.

Suena la campanilla.

Ya no están esos ojos.





Puntos suspensivos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora