VII.

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Recuerdo cómo me decías que todo estaría bien.

Que no tuviera miedo.

Que fuera fuerte.

Pero eso se quedó en vanas palabras.

Ojalá solo fuera esto un simple chiste malo del destino.

Es lo que toca.

Y jugar mis fichas es lo que queda.

Me recojo mi pelo enmarañado en una coleta.

Respiro hondo.

Me espera un duro trabajo.

Mi jefe me mira. Me premia con una media sonrisa.

La clientela entra y sale sin parar.

Limpio, barro, atiendo y sirvo.

La campanilla suena y se calla.

Última hora de la mañana.

Al fin.

Los últimos clientes se van.

Respiro.

Voy a irme a cambiarme cuando escucho de nuevo la campanilla.

No puede ser.

Unos ojos color esmeralda se sientan en frente de la barra.

Me dirijo hacia allí.

No seas tonta, por favor.

Me mira llegar a la barra.

Intimidada es poco para describir como me siento.

- ¿Qué le pongo?.- le miro intentando sonreir, pero estoy tan nerviosa que solo se queda en una mueca mal hecha.

-Un café con leche por favor.- el chico me mira sonriendo.

Me lo vas a hacer pasar mal con esa sonrisa.

Me pongo de espaldas.

Cojo una taza blanca y la máquina empieza a sonar.

Echo la leche. Pongo la cucharilla.

Me doy la vuelta.

Y ya no está.

Miro para todos lados pero no lo veo.

En su lugar, encuentro un libro.

Leo la portada.

¨El caos de un incompredido".








Puntos suspensivos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora