2. Un trato con un licántropo

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La nieve caía sin medida, cada paso que daba se hundía más entre su densidad. André había dado lejos de su paradero, aunque era lo mejor para prevenir su llegada a las gélidas tierras de Borsgav, más precisamente a la cima del monte Sherion. Apenas con la desgastada muda de ropa que tenía puesta, caminaba descalza, desafiando la tormenta que se avecinaba.

Lo bueno de obtener los dones del libro de Reblan, era que podía crear una nube de vapor a su alrededor para refugiarse del frío, oportuno para la ocasión y, aunque fuera de antaño, para ella era una de las tantas novedades que recién descubría.

Cuando el Oráculo introdujo el libro en su interior y éste la reconoció como la nueva Intérprete, durante el colapso que tuvo, vio no sólo los recuerdos de sus antepasados, también los miles de secretos que aguardaban en cada página. Tenía el conocimiento de miles de años en su poder; no era un cambio grande para el mundo pero sí para ella.

Poseía la capacidad, gracias a ese poderoso artefacto, de crear deslaves, hacer llover en tiempos de sequía, evitar una catástrofe natural. Podía invocar cualquier magia conocida, forjar con tan solo tomar tierra del suelo el arma más poderosa. Podía crear criaturas, magias e incluso nuevas razas, pero todo ese poder tenía sus consecuencias. Por eso no se atrevía a explorarlo, conformándose con los cambios en su cuerpo que el libro fue surtiendo.

Sentía absolutamente todo, desde el más insignificante respiro de un oso hibernando a kilómetros, veía los detalles del más pequeño copo de nieve, como cada espacio de su cuerpo se oxigenaba con el frío aire que inhalaba. Para cualquiera era grandioso, pero no para ella; se le dificultaba mantener el control de esa creciente energía en su interior. La ansiedad le consumía, como si algo le faltara, no sabía si era su Guardián pero se convenció que no pues estuvo al pie de Drek y esa sensación seguía latente. Debía buscar respuestas, sin embargo, primero tendría que formar alianzas si quería deambular por los once grandes países para encontrarlas.

Entre el espeso bosque se abrió paso, con memorias de ese lugar que el libro le cedió, que no eran suyas sino de sus antecesores, de todas sus experiencias, sus vidas entregadas por proteger la magia infernal de esas escrituras malditas. Era perturbador acceder a ellas para descubrir cómo murieron, no obstante, eran muertes valerosas. Sólo que, al llegar a los últimos recuerdos se volvían difusos, faltando algo en cada uno, como si los cortaran, saltando a su deceso. A parte, debía averiguar por qué su madre que no era en realidad una Intérprete, terminó siendo parte del libro, un recuerdo que la poseyó, obligándola a enfrentar a Drek y a Alexander para marcarlos con las alas del Guardián.

De un momento a otro, cada vello se le erizó, dejando un vacío inacabable en su pecho. Escuchó el aullido de un lobo muy a lo lejos, era constante, no se detenía. Exaltada corrió, lo que la nieve le permitía.

Bestias enormes, dos veces más altas que ella se aproximaban, pero lo extraño era que al cruzarse en su camino la evadían, retrocedían con rapidez para continuar su marcha hacia el noroeste del monte. Sudaba, con el corazón desbocado se apresuraba a arribar al origen de ese lamento lobuno. Se topaba con más bestias a su alrededor, animales humanoides cubiertos de pelaje gris, con cabezas de lobo. Docenas de licántropos se dirigían a la cima del monte Sherion, convirtiéndose en cientos cada que la Intérprete se acercaba a su destino.

Abriéndose paso entre ellos, los hombres lobo, temerosos por su presencia, le cedieron espacio. André al fin llegó, captando a lo lejos la entrada de la muralla que protegía el Asilo de las Valquirias. Estupefacta divisó, encabezando el gentío que se reunía en ese punto, la magnificente figura de un hombre lobo de pelaje blanco, parado en sus dos patas traseras, aullándole al cielo, acto que pronto fue interrumpido por una persona que luchaba en un intento de parar su clamor. Este sujeto vestía de pieles negras, cubierto de pies a cabeza. Empleaba unos guantes con dos cuchillas filosas en el reverso para que sus puños produjeran heridas graves. Se abalanzó a la espada del licántropo, enrollando los brazos alrededor de su hocico, encajándole las cuchillas por debajo, cerrándole así la trompa.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora