15. Sangre y carne

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En el nevado bosque de Karagta se movilizaban varios guerreros a caballo, carruajes llenos de armamento y cargados de hombres cubiertos de pieles que los resguardaban del frio. Eran no menos de trecientos, que iban hacia una de las fronteras de Borsgav con la provincia de Transaleste. Apenas les informaron del inminente ataque no dudaron en ir bien abastecidos, lo incierto era saber si eran suficientes para combatir al enemigo.

La noche había caído por lo que dispusieron un campamento en donde aprovecharon para recomponerse del largo viaje, ya que no había teleportador alguno que cumpliera la ardua labor de movilizar a una multitud tan grande. Entre el calor de las hogueras se reunían para contar anécdotas de guerra o experiencias. Para unos era inquietante tener que entrar al combate, para los más viejos era un evento desafortunado el cual aprovecharían para revivir viejas glorias.

Mientras unos departían con tranquilidad, unos pocos fueron asignados para la vigilancia. Los guardias entre el fragor del frio se las arreglaron para patrullar, tanto así que algunos con buen oído, oyeron el galope de una cabalgata muy a lo lejos, un murmullo entre el viento gélido que sobrecogía al campamento.

—Estén alerta —habló uno de los hombres que con arco en mano, miraba en todas direcciones, buscando algo anormal entre la espesa oscuridad, asegurándose de que sus compañeros estuvieran al pendiente.

El galope resonaba cada vez más fuerte, acompañando de los inesperados sonidos de la noche. Ramas quebrándose, el aullar de los lobos de la zona, todo eso acompañado del rugir del viento contribuía a que tuvieran sus armas listas ante cualquier emboscada.

El sujeto que había alertado a sus subordinados notó muy a lo lejos las siluetas de un trío de caballos con sus respectivos jinetes. Sin dar aviso levantó su arco y disparó una flecha hacia los intrusos, cesando así el galope de los cuadrúpedos, haciéndolos relinchar.

Esta vez unos pasos crepitaron por la nieve aproximándose con lentitud. Ante la luz de las antorchas, las figuras de tres personas se erigieron, cada una llevando de las riendas un caballo. Aquellos enigmáticos personajes se mantuvieron ocultos bajo sus grisáceas capas, esperando el momento oportuno para hablar.

—¡Identifíquense! —ordenó el soldado apuntándoles con el arco, dispuesto a soltar otra flecha.

Uno de los intrusos, que era más bajo que sus acompañantes, adelantó el paso soltando las riendas de su caballo. Estando frente al guardia descubrió su cabeza, dejando a la vista su desordenado cabello dorado. Por un instante el hombre quedó sorprendido por tan hermosa jovencita; su piel blanca e inmaculada, en algunas partes enrojecida —mejillas, labios y nariz—, producto del frío, lo dejaron embelesado.

Luego de su breve admiración sacudió la cabeza y aferró más fuerte su arco, amenazando con tirar una flecha. Los otros dos acompañantes de la muchacha se quitaron sus capuchas, dejando su identidad al descubierto. Uno de ellos era joven, su cara cuadrada de rasgos rectos y definidos contrastaba con su ligera barba, siendo sus ojos mieles los que se mantenían fijos en el arquero. El otro era un hombre de cabellos grises ondulados, cuya tez trigueña clara hacía contraste con sus oscuros ojos azules. Sus facciones envejecidas no lo hacían lucir cansado pero si preocupado por la presente situación.

—Somos aliados —informó André de repente, alzando ambas manos en alto—. Venimos en busca de Renart.

Como si fuera una orden dada, el arquero bajó los brazos para detallar con atención a los tres individuos; desconfió de nuevo frunciendo el entrecejo como muestra, pero antes de alzar de nuevo su arco un sujeto lo rebasó, dispuesto a intervenir. André, Igor y Alexander lo reconocieron.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora