30. Sanalépolis

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Fue abrupto el cambio de clima al atravesar el portal, pasando del inclemente frío del invierno a un abrumador calor que lo sofocaba, a pesar de estar acostumbrado a él, ya que su afinidad era de fuego. Drek se dio media vuelta para fijarse en su acompañante; Alexander al igual que él se sintió abochornado por el repentino cambio, descargando el carcaj con las flechas y el arco para quitarse un abrigo que llevaba puesto. Los ojos del príncipe pasearon por el lugar; estaban en una especie de cueva, fresca gracias a la sombra, sin dejar de lado el caluroso ambiente.

—¿Dónde estamos? —le preguntó al castaño, mirando alrededor por alguna salida.

—En una cueva, no muy lejos de Sanalépolis —comunicó el otro, colgándose de vuelta el carcaj al hombro.

Anduvieron por esa gruta estrecha guiados por la luz del sol que se filtraba. La arena era cada vez más densa con cada paso hasta que hallaron una salida, tapada por grandes cantidades de la dorada tierra. Entre los dos cavaron el trecho que los dejó emerger de ese claustrofóbico espacio. El sol despiadado se asentó sobre sus cabezas, quemándoles la piel, aumentando el sudor inconveniente. La ardiente arena a sus pies les lastimaba a pesar de tener un grueso calzado, queriendo devolverse al agujero de donde salieron.

Vislumbraron a lo lejos la enorme ciudad donde un par de grandes edificios sobresalían del resto. La mayoría de los techados, incluido el enorme castillo rodeado de blancas torres, terminaba en bóveda, sobresaliendo varios pináculos. La mayoría de fachadas eran blancas, otras amarillentas por el desgaste. En proporción la ciudad era enorme, igual a Grant Nalber, solo que las casas de los pobladores rodeaban el castillo protegido por una alta muralla y las torres de vigilancia. Alrededor de la gran Sanalépolis, centro de Sanalevi, había varias casas y comercios, pequeñas aldeas establecidas, con varios caminos que conducían a pueblos y reinos aledaños. Donde ellos estaban era el filo del desierto.

Usando las pieles que los abrigaron en las heladas tierras de Borsgav, se cubrieron la cabeza para poder atravesar el desierto. En completo silencio llegaron a las entradas del muro donde un par de guardias vestidos de cuero curtido, con las cabezas cubiertas de telares negros, de barbas tupidas y cejas pobladas, los detuvieron cruzando sus lanzas, impidiéndoles el paso.

—¿De dónde vienen? —preguntó uno de ellos; su voz era bastante gruesa.

—Venimos de Grant Nalber —contestó el príncipe, deshaciéndose de la tela parda que ocultaba su identidad.

—¿Quién los envía? —preguntó el otro guardia, alzando la ceja.

—La Rebelión —contestó Drek mientras revelaba su rostro.

Dándose cuenta de quién se trataba, los guardias agacharon la mirada, mandándose una mano al pecho, haciendo una ligera reverencia.

—Lo siento, mi señor, puede seguir —comunicó uno de ellos mientras recogía a la par con su compañero, la lanza que les bloqueaba el acceso.

Los guerreros sin más que decir, captando las miradas de algunos curiosos, se adentraron a la amurallada ciudad mercante más importante del lado suroriental de Reblan. Recorrieron las angostas calles empedradas de Sanalépolis, recubiertas de una fina capa de arena, detallando a los pobladores que vestían en su mayoría de telas blancas y otros d pantalón, con un peto de cuero que les cubría el pecho. Las mujeres más jóvenes dejaban apenas a la vista sus atributos. Los niños usaban unas alpargatas y pantalones, mientras que las niñas portaban vestidos que parecían más un camisón. Todos tenían algo en común y era su tez morena, su cabello entre tonos chocolate y negro, con ojos oscuros.

La cultura de los sanalevos era de dar y recibir, no se apegaban a lo material por los remotos lugares en los que vivían, eran nómadas por lo que Sanalépolis se convirtió en hospedaje para viajeros, comerciantes y militantes. Aunque aparentaban ser un pueblo muy humilde, era demasiado prospero ya que vivían del turismo y el comercio extranjero. Se caracterizaban por ser los sabios, los que apreciaban el conocimiento, por eso muchos iban a esas tierras para hallar la paz consigo mismo, encontrar respuesta a los misterios de Reblan.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora