19. Promesas rotas

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El ejército de Transaleste se estableció en la ciudad amurallada de Voreskay, usando algunas casas para refugiarse, aquellas que sobrevivieron al incendio provocado por varios dragos al atacar a sus adversarios.

Algunos tomaron por diversión la invasión de la ciudad; a los pocos pobladores los mataron, persiguiéndolos para ver quién atrapaba primero a su presa, un juego macabro entre soldados. Los otros sólo se encargaron de matar, gozando de la carne humana para darse una buena merienda.

Las mujeres se llevaron la peor parte; las ultrajaron, torturaron y asesinaron al resistirse. Fue horrible, algo que el dirigente de ese ejército vio como los típicos actos de guerra a los cuales ya estaba acostumbrado.

Artemius, después de su intervención ante el restante ejército del Cuartel Murder, se dirigió a Voreskay, hacia la plaza donde varios soldados se reunieron para beber, contemplando como otros llevaban a sus trofeos a las casas cercanas para gozar de ellos. Fue a la pileta ubicada al centro, cuyo borde tenía las cabezas de sus adversarios. En reemplazo de la escultura imponente de un conde que la adornaba, clavaron una enorme cruz de madera en honor al castigo de la crucifixión que ejercían los dragos a los rebeldes.

En los extremos del travesaño implementaron cadenas que ataban a dos tipos, uno de ellos inconsciente. Su cabello negruzco, mojado por el sudor y la sangre, caía sobre su demacrado rostro; estaba sujeto sólo de las manos, en carne viva.

A sus espaldas, el otro hombre vestido con harapos de tela negra, desgarrados por las garras de las bestias que lo tomaron en custodia, apenas abriendo el ojo izquierdo —ya que el otro lo tenía hinchado por los golpes así como un lado de su boca—, se mantenía despierto para prevenir ser atacado. Su estado era peor que el de su compañero de patíbulo, con las extremidades cubiertas de quemaduras, con un tajo en el vientre que sangraba lento. Su cabello de tono dorado esta vez era rojizo por el líquido que derramaba su cuerpo por tantos golpes.

Artemius, ante la patética apariencia de sus prisioneros rio entre dientes. Los tenía allí por dos motivos; por el elevado precio por sus cabezas y porque uno de ellos poseía un poder increíble que lo hizo batallar junto con su ejército casi hasta el amanecer.

—¡Ya fui a visitar a tu ejercito de hormigas! —bramó, posicionándose frente al conde Renart quien a duras penas alzó la vista, con los ojos bien abiertos—. No me veas así, no es mi culpa que llegaran refuerzos por ti, pero, ¿sabes qué es lo gracioso? —Se acercó a la pileta para tomar una de las tantas cabezas que la rodeaban como especie de un ritual pagano—: que no tenían ni idea de encontrarse con esta ciudad devastada.

Se quitó el casco, revelando su rostro lleno de cicatrices, con encendidos ojos verdes de pupila rasgada. Acercó a la cara la cabeza cercenada, viendo atento la mueca de dolor en ella.

—Me encanta la expresión que queda luego de decapitar a alguien —espetó, imitando la mueca de la cabeza—. Es precioso ese instante en el que grita y l la sangre ahoga su clamor hasta que al final queda esto. —Alzó el miembro hacia Renart quien apartó la vista a un lado—. Queda esa expresión congelada, una que jamás se borrará. —Se inclinó hacia la pileta, dejándola con las demás—. Vi a tu amigo, ese tal Radamanto. —El rubio se mantuvo en calma, aunque la situación lo inquietara—. Vi también al consejero de Cornelius; Igor. Es una pena que sea un traidor.

Le era inevitable no preocuparse, si Winderot estaba con ellos, lo más probable es que André también.

—¿Eso viniste a decirme? —vociferó, lo que el dolor le permitía. Trató de fingir que lo que decía no le importaba.

—No, la verdad eso no me interesa. Para saber que ese ejército mediocre no durará ante el yugo de mis tropas.

Artemius se agachó, quedando de cuclillas ante Renart; la nieve que contenía la pileta era de color rojizo, producto de la sangre; procedió a lavarse las manos con ella, luego las calentó con el fuego que escupió. Se refrescó la nuca con la poca agua que sacó, sin importarle el frío que estaba haciendo.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora