5. Deseo

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El frío se coló en sus huesos, algo inusual a pesar de la temporada invernal que se avecinaba. Con una rodilla en tierra y ambas manos sosteniendo su costado, Drek aguantó el ardor insoportable producido por la marca que André le cedió, tatuaje con la forma de un ala de ángel. Lo raro de todo no era sentir esa inaguantable sensación, sino aquella mano fría en su cabeza, enredando los dedos en su castaña cabellera.

—¿Te acuerdas de mí?

Esa voz sutil causó que toda su piel se estremeciera, erizando cada centímetro. Se apaciguó todo enojo, toda ira liberada, dejando un vacío inacabable. Alzó lento la cabeza, lo que la tensión le permitía; unos pies descalzos de piel nívea, un cuerpo alto y robusto, ese cabello rubio y unos ojos azules, pudo vislumbrar.

—¿Quién eres? —preguntó jadeante.

—¡No puedo creer que me hayas olvidado! —exclamó el extraño, expresando fingido horror.

La vista del príncipe se aclaró a pesar de la noche. Era su gemelo, su doble exacto, su vivo reflejo.

¿Deseo? —inquirió, extrañado, frunciendo el entrecejo.

—Así es, mi buen príncipe —lo felicitó su doble, aplaudiendo brevemente.

—¡¿Qué rayos crees que haces?! —expresó, ofuscado. Dio un hondo respiro y se levantó del suelo; severo reparó en el aludido.

—Si mal lo recuerdo —espetó su doble, arqueando la ceja. Se cruzó de brazos y con cierta picardía lo escrutó—, habías declarado rotundamente que no ayudarías a André en nada, tanto que declaraste que el guardián debía ser Alexander y no tú.

—¿Y eso qué tiene que ver con que ahora unos malditos...

Se calló. Vio a su alrededor para reparar en los reyes que se enfrentaban a él pero no había nadie. Estaba solo con Deseo frente a las puertas cerradas de la muralla que resguardaba la fortaleza de Wanhander, junto a las limitaciones del bosque. No había nadie cerca ni se escuchaba el ulular de las aves, nada. Era de noche y eso contribuía a que se desconcertara más.

—¿Qué pasó con los demás? —preguntó, austero, reparando en su gemelo de rubios cabellos quien se mostraba engreído.

—Por ellos no te preocupes, por lo que deberías preocuparte es por darme una respuesta.

—¡¿Respuesta a qué?! —alegó. Deseo arqueó más la ceja, irritándose por su altanería, actitud que Drek comprendió al saber de qué iban tantas trabas—. ¿Y si decido luchar por ella? —inquirió, cruzándose brazos. No se dejaría desafiar y menos de una alucinación vana como lo era su supuesto protector.

El aludido rio en ironía, posando las manos en la cintura en una pose vanidosa que molestó al príncipe.

—Haces difícil nuestro trabajo —declaró, luego de carcajearse—. ¿Estás seguro? —preguntó, desafiante. Drek, conteniéndose de no golpearlo, respiró hondo.

—¿Acaso me ves bromeando? —declaró con ronca voz.

—Lo siento —se excusó su clon, batiendo las manos al frente en señal de indefensión—. Mi trabajo es velar por la Intérprete y protegerla, y como no tiene guardián pues tengo que asegurarme de que lo tenga cuanto antes. Ahora...

Deseo alzó la vista al cielo mientras mandaba las manos hacia atrás, entrelazando sus dedos. Se tornó pensativo mientras caminaba de aquí hacia allá, vigilado por unos penetrantes ojos esmeralda.

—¿Y ahora qué? —espetó su observador, impaciente de que le hiciera perder valioso tiempo.

—Estoy pensando en qué don darte —declaró Deseo sin dejar de mirar el cielo.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora