10. Arteas [Prt. I]

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Era raro el momento en que Vincent, el líder de las hordas licántropas del condado de Borsgav, salía de la comodidad de su reino para visitar los lugares que conformaban la provincia a la que él representaba junto con su fallecido hermano. Todas las funciones de reinado, así como reuniones, bailes y carnavales, eran algo que sólo Adrián hacía, algo que a él le incomodaba. Desde que tuvo la maldición y luego de que fuera controlado por su hermano, nunca jamás salió de la seguridad de su castillo, si acaso sólo para ir a al consejo de las once provincias.

Pero ante lo que acontecía se vio obligado a cruzar los límites de la fortaleza a pesar de que le era prohibido debido a que por su culpa se desató el peor regimiento existente; el de los salvajes inmortales. Fue la manzana podrida que infectó a muchos en esas tierras en el pasado, dándoles una maldición que él mismo aborrecía, un legado que lo marcaba por donde pasara, siendo su sola presencia un motivo suficiente para matarlo. Además de que como condición de llevar paz con el condado de Borsgav, Vincent nunca debía pisar esos lugares, causa suficiente para también declarar la guerra.

Pero a pesar de todas las trabas logró hacerse de aliados y conseguir enemigos.

Algunos que conocían la gran labor de Adrián, al enterarse sobre su deceso, sin dudarlo le brindaron apoyo. Otros, cegados por las atrocidades que él hizo en un pasado, le negaron ayuda y hasta se rehusaron a siquiera ser neutrales. En esos lugares le tocó huir, algo indigno pues era orgulloso, nunca le gustó que dudaran de su palabra pero en parte entendía su reacción, resignándose a ver las consecuencias de sus actos.

"Si no fuera por Adrián, estaría muerto"; pensaba, mientras cabizbajo caminaba por una calle atestada de gente. Se mantenía oculto bajo una capa que le cubría el rostro, vestido como un aldeano común. Para ir a donde tenía planeado, no necesitaba lucir sus despampanantes abrigos de piel ni su imponente armadura.

Le fue difícil hacerse pasar por un simple viajero, le recordaba los años en los que fue desterrado por su propia madre por lo que había ocasionado. Se sentía solo y devastado porque inevitablemente recordaba que su hermano había muerto.

Andando entre el gentío, por alguna rara razón se sentía también en paz, por lo menos no tendría que preocuparse por un tiempo de su reino mientras buscaba aliados para la guerra que se avecinaba, contra el ejército que de seguro Cornelius conseguiría y que a ciencia cierta sería más grande que el suyo.

Le costó demasiado dejar a cargo a Patrick, el gemelo de Adrián, tanto que apenas escuchó tal sugerencia, por poco volvió a enfrentarlo pero de no ser por Renart, aquel rubio traidor y entrometido que creía muerto, ya estaría tres metros bajo tierra.

Lo que esperaba de todo eso era que al llegar a su reino pudiera encerrarse en sus aposentos, y cazar, era algo que ni por toda la carne que probara podía controlar. Cazaba todo tipo de animales y aunque Adrián le pidió que dejara de matarlos, no lo conseguía. Estaba en él, era un hombre lobo después de todo, el más poderoso de Reblan, el primero en su clase.

Fue difícil dejar ese impulso cuando se dispuso a viajar por toda Borsgav, pero se las arreglaba. Aun así se preparó para llegar al reino de Arteas, que comunicaba la provincia de Borsgav con la de Kuon.

Este reino era el segundo más poderoso luego de Borsgav. Era neutral, pero valía la pena intentar pedir su alianza. Contaba con tropas, cuerpo de infantería y milicias de inteligencia bélica. Eran maestros en el arte de la guerra, algo que lo sorprendía por ser un reino plenamente meriorte, o de humanos como se les conocía.

Atravesó la ciudad, aproximándose a la impenetrable muralla que protegía el enorme castillo que incluso desde kilómetros se podía apreciar por sus cúpulas elevadas y altas torres. Se detuvo en la entrada, mirando por dónde ingresar ya que los lisos muros no le permitían escalar, aparte de que estaban bien vigilados. Meditó varias veces sí matar a un guardia pero se esparciría la noticia de que un licántropo andaba suelto ya que odiaba usar armas para defenderse. Aun así descartó la idea de inmediato pues la sangre humana le provocaba una sed incontrolable.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora