4. Mentiras verdaderas

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La prisión de Gurlok, construida en una isla desolada de las tierras de Berrom, fue atacada por un grupo de licántropos que provocaron una serie de explosiones que conllevaron a varias fugas. La huida de prisioneros fue masiva, pero los guardias lograron detener a la mayoría. Las bajas de guardias e intrusos llegaron a un total de trecientos, contando ambos bandos. Los perpetradores iban preparados para una sola cosa: liberar a André, la traidora que dejó entrar a docenas de murders a la coronación del príncipe Drek Turner de Grant Nalber con la princesa Evereth del reino de Asturian.

Entre tanto el alboroto, los reyes que fueron convocados para resguardar la cárcel no dejaban de preguntarse por qué el conde Adrián de las tierras del norte armó semejante arremetida y tal traición hacia La Rebelión por alguien tan insignificante. No obstante, sin importarles quién era, se enfrentaron al vampiro, siendo la reina Dragna de Transaleste quien le dio fin.

Aunque la situación parecía controlada, Cornelius, aquel elementalista oscuro, dirigente de La Rebelión, no sólo se preocupó por Drek al no encontrarlo en los calabozos de la cárcel, sino también porque aún el libro no daba indicios de su paradero.

Los tres reyes; Marmax, el alquimista de las tierras de Kuon que portaba consigo un animal hecho de bronce; Zaradon, el rey de los gigantes de las tierras de Mindreas y Dragna, la reina de los dragos de Transaleste, se reunieron junto con Cornelius en un carruaje, rumbo a Wanhander, seguidos por una caravana de soldados que los resguardaban. Dialogaban sobre lo que descubrieron en aquella isla, determinando lo que harían al detener a los murders que se alzaran en armas.

—Hay que averiguar por qué querían a esa niña —expuso el rey Marmax, pensativo.

—Ella es la que menos me importa, lo que quiero saber es dónde está Drek —comentó Cornelius quien con la mirada ida, meditaba sobre el posible paradero del príncipe.

—Pero es extraño, admítelo, Cornelius —declaró el alquimista, absorto mirando hacia el techo.

—Es verdad —intervino el rey Zaradon, era el único dentro del carruaje sentado en el suelo con las piernas cruzadas; a pesar de los encantamientos para decrecer su estatura, seguía siendo de enorme proporción—. Sacrificar a ciento veintidós soldados por nada y al conde vampiro no es lógico y hasta absurdo, si es que sólo vinieron a rescatar a esa niñita.

—Ellos duraron mucho tiempo con el oráculo, ¿no es así, Marmax? —cuestionó la reina Dragna mirando de reojo al mencionado.

—Sí, duraron mucho tiempo ahí. Es una lástima que mi vista no sirviera para detectar lo que sucedía en ese espacio, la magia de protección que usa el oráculo para evitar a los intrusos es abismal —admitió, esta vez cambiado el semblante a mero asombro.

—Sólo hay una manera de averiguar lo que querían y lo que fueron a buscar con el oráculo —declaró Cornelius, enérgico, viendo desafiante a sus acompañantes—. Hay que reunir los ejércitos, hay que hacer hablar a los borsgavios.

—Sí, no queda de otra —indicó la reina Dragna encogiéndose de hombros mientras se soplaba sus filosas uñas negras con vanidad.

El carruaje paró su marcha; presurosos toqueteos se presentaron en la puerta.

—¿Qué pasa? —cuestionó Cornelius al abrir, reparando confundido en el soldado enfundado en una desgastada armadura. Estaba agitado, a la vez que reflejaba preocupación.

—El rey William está aquí —enunció—. Dice que quiere hablar con usted, mi Lord. —Señaló a Cornelius—, y dice que es urgente.

Delax salió del carruaje; arribaron a las afueras de la pequeña aldea de Seret, lugar que luego de un ataque voraz de unas criaturas inmortales, se recuperó gracias a la acción valerosa de dos jóvenes e inexpertos guerreros.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora