33. Verdad

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Todo se tornó tinieblas alrededor. Su respiración agitada y el olor a madera quemada le dieron la bienvenida a la realidad. Abrió los párpados una y otra vez, asimilando que estaba de vuelta, que salió del limbo en el que ese ser la detuvo. Retrajo los dedos de las manos y los pies, recuperando de a pocos la movilidad.

El que su alma se desprendiera de su cuerpo para viajar a otros lugares lejos de Reblan era un proceso aplastante en el que gastaba mucha energía, tanto vital como espiritual y regresar le tomaba tiempo. Los Intérpretes eran los únicos que podían viajar a otras dimensiones sin necesidad de hacerlo en cuerpo presente.

Cuando por fin pudo tocarse el rostro, se percató de que había llorado. Cerró los ojos cuando un pensamiento de que jamás volvería a ver a Igor se le presentó de repente; se contuvo de no sollozar más. Respiró hondo apaciguando el nudo en la garganta que se formaba, pero a la final el sufrimiento por la pérdida del padre que la crio, la doblegó. Se tapó los ojos con el brazo, dando cabida a su sufrir. Lloró hasta que las lágrimas se secaron, comprimiendo cada quejido para no llamar la atención. Después de reponerse, se sentó con mucha dificultad en su lecho.

Se hallaba en una habitación acogedora, rústica, al costado izquierdo había una pequeña chimenea prendida. Donde dormía era una cama cubierta de pieles, con un dosel donde unas finas telas traslucidas la protegían. Miró con desasosiego el cuarto de paredes y pisos en madera, recopilando información sobre lo que realizó y presenció en la batalla en Voreskay. Cornelius, su extraordinario poder, cuando Drek le partió la cabeza en dos, el supuesto mensaje que le dejó. No había de otra opción; debía hablar con Renart, averiguar la verdad.

En ese momento, la puerta ubicada frente a la cama se abrió, dejando entrar a alguien que la sorprendió.

—¡Estás despierta! —exclamó aquella chica a quien le esbozó una sonrisa algo forzada.

Como sospechó, estaba en el Asilo de las Valquirias, ubicado en la cima del inhóspito monte Sherion, muy al norte de las heladas tierras de Borsgav. El ver a Natalie no sólo era señal de que no tenía que preocuparse de que la Rebelión le pisara los talones, sino que no estaría tan lejos para hablar con el conde.

—Me alegra que estés bien —comunicó mientras cruzaba las piernas, bajo las cobijas.

—Lo mismo digo —expresó la castaña que estando cerca la abrazó, sobándole la espalda—. Lamento lo de Igor.

André apretó los labios en una fina línea, aceptando el abrazo sin flaquear; lloró lo suficiente, por el momento no tenía lágrimas que derramar. Cuando la soltó, Natalie se sentó a su lado, al borde de la cama.

—¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? —preguntó, bajando la mirada hacia sus manos.

—Una semana —comunicó Natalie, mirando al frente, eludiendo su comportamiento sobrio.

—Igor fue...

—Sí, le dieron un digno funeral —le irrumpió, haciéndole más fácil sacar las palabras.

—¿Y Cornelius? —preguntó dubitativa, forzando la vista para ver a su acompañante.

—Según me contaron, no era él. —André frunció el ceño.

—¿Cómo que no era él?

—Pues según dicen, poseyó un cuerpo y le cambió la forma para que tuviera su aspecto. Sé lo que piensas, para mí es aun difícil de creer —explicó Natalie, siendo cuidadosa con lo que decía.

André agachó la cabeza, soltando un bufido de indignación. Se aferró a las pieles que cubrían sus piernas y se mordió los labios para evitar gritar. La guerra resultó no ser más que una nueva jugada en la que cayó con facilidad. ¿Hasta cuándo la usarían como un peón?

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora