Capítulo 15: Muerte

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*James*

Las abro. Las cierro. Las abro. Las cierro. Pruevo a batirlas un poco y siento como mis pies se despegan del suelo sin la menor dificultad. Vuelvo a posarme en las báldosas de la enfermería y vuelvo a desplegarlas en su totalidad.

Son enormes, blancas e imponentes; destellando iridiscencias negras, azules y moradas con cada batida nerviosa. Las plumas son suaves y agradables al tacto, y si las ves de cerca las pequeñas plumas ni siquiera son blancas, son un conjunto de colores que, cuando me transformo, se adaptan a mi y vuelven mis alas negras.

Son las alas de la muerte, después de todo.

Su envergadura es enorme e intimidante, superando ampliamente la longitud de mis brazos extendidos. Y aunque sea extraño sentirlas en mi espalda, no pesan ni me desestabilizan. Simplemente aletean nerviosas, reflejando mi delicado estado mental.

Le agradezco a mi padre su ayuda, de veras, pero me gustaría más si hubiese encontrado alguna otra manera de curarme que no fuera haciendo que estas dos preciosidades me crecieran en la espalda. Es muy guay eso de ser inmortal y ser un dios, pero va ha dejar de molar tanto en el mismo momento en que los Olímpicos se percaten de que algo ha ocurrido, y a parte de castigar a mi padre, me envíen a algún recóndito lugar abandonado con la esperanza de que los deje vivir en paz, tal y como hicieron con Hércules.

- Prueba a alzarte en el aire - me pide Miranda.

Desde que mi padre se fue y me recomendó que practicara un poco con las alas antes de salir afuera a enseñarle a todos los ansiosos campistas la causa de que aún me halle entre ellos vivito y coleando, no he hecho otra cosa que tratar de controlarlo con ayuda de Miranda Gardiner, Connor Stoll y Jake Mason, además de unas cuantas chicas de Apolo muy agradables que, de vez en cuando, aparecían para observar mis recién adquiridas alas con fascinación y decir algún consejo.

- Eso ya lo controlo - le digo a Miranda - Son bastante poderosas y grandes. Pueden conmigo sin problemas.

Connor Stoll asiente con las cabeza mientras las mira con maldad.

Le conozco. Le conozco y no me gusta esa mirada.

- Prueba a moverte en el aire - comenta Jake desde su camilla.

Me levanto del suelo y, cuando mis pies dejan de hacer contacto, pruebo a girar o moverme hacia algún lado.

Choco violentamente contra unas camillas vacías y caigo al suelo con brusquedad, pero no me duele absolutamente nada.

- Deberías practicar eso un poco más - me recomienda el hijo de Hefesto. Miranda asiente con la cabeza de acuerdo.

Les ignoro un momento, demasiado centrado en mi brazo como para hacerles caso. Flexiono los dedos anonadado, tratando de entender como funciona esto. Mi bíceps se tensa, la piel de un dorado intenso con los tendones destacando como cuerdas metálicas. Una fuerza de magnitud desconocida me recorre el brazo como una descarga eléctrica cuando descargo mi puño sobre la pared.

El yeso blanco se agrieta y cae, formando una onda enorme en la pared, pero mi puño está perfectamente. Noto leves punzadas en las falanges y tengo pequeños cortes en los nudillos. Pero no sangro. De las heridas abiertas mana un líquido como el oro líqudo, que me gotea un poco en los zapatos.

"Icor" me susurra una voz en la cabeza.

Icor. La sangre de los dioses.

Me incorporo bruscamente, asustado ante la magnitud de la situación.

Soy un dios.

Puedo quebrar paredes sin romperme ni un maldito hueso.

Tengo una fuerza subrehumana.

La Campeona de Hades (Nico di Angelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora