Pasa otro día y sigo escuchando la voz de Miss Hilly leyendo las palabras, devorando las líneas. No he oído el grito, todavía no. Pero presiento que se acerca el momento. Aibileen me ha contado lo que escuchó decir ayer a ese par de blanquitas en el supermercado, pero, aparte de eso, no hemos tenido más novedades. De lo tensa que estoy, se me caen las cosas al suelo todo el rato. Anoche rompí la última taza de medir que me quedaba en casa. Leroy me mira como si supiera lo que pasa. Ahora mismo, mi marido se está tomando el café en la mesa mientras los crios andan tirados en la cocina por donde pueden, haciendo sus deberes. Doy un respingo al ver que Aibileen asoma la cabeza por la puerta trasera. Se lleva un dedo a los labios para indicarme que me calle, me hace un gesto para que salga a hablar con ella y desaparece. —Kindra, pon la mesa. Sugar, vigila las judías. Felicia, dale a tu padre las notas pa que te las firme. Voy a salí un momento, mamá necesita toma un poco el aire. Salgo de casa corriendo. Aibileen me espera en el callejón, con el uniforme puesto. —¿Qué pasa? —le pregunto. Dentro de casa, oigo tronar a Leroy: «¡Un suspenso!». Pero sé que no se atreverá a pegar a los crios. Sólo voceará, como se supone que debe hacer un padre. —Ernestine la Manca me llamó pa decirme que Miss Hilly anda contando por toa la duda quién es quién en el libro. Está pidiendo a las blancas que despidan a sus criadas, aunque ni siquiera ha acertao con sus suposiciones.Aibileen está tan enfadada que tiembla. No para de hacer nudos en un pedazo de tela. Seguro que ni se ha dado cuenta de que se ha llevado una servilleta de casa de Miss Leefolt. —¿A quién se lo ha contao? —Le dijo a Miss Sinclair que despidiera a Annabelle. Miss Sinclair la echó y le quitó las llaves de su coche porque le había prestao la mita del dinero pa comprarlo. Annabelle casi se lo había devuelto to, pero se ha quedao sin el coche. —¡Maldita bruja! —gruño entre dientes. —Eso no es to, Minny. Oigo pasos de botas en la cocina. —Rápido, antes de que Leroy nos pille. —Miss Hilly le dijo a Miss Lou Anne: «Esa Louvenia que trabaja para ti sale en el libro, la he reconocido. Tienes que despedirla. Deberías denunciar a esa negra para que la metan en la cárcel». —¡Pero si Louvenia no dijo na malo de Miss Lou Anne! —protesto—. Además, tiene que cuida de Robert. ¿Qué dijo Miss Lou Anne? Aibileen se muerde el labio y mueve la cabeza mientras le resbalan las lágrimas por las mejillas. —Dijo... que iba a pensárselo. —¿El qué? ¿Lo de despedirla o lo de denunciarla? —Las dos cosas, supongo —contesta Aibileen, estremeciéndose. —¡Ay, Señó Jesús! —digo. Tengo ganas de partirle la cara a alguien. A quien sea. —Minny, ¿y si Miss Hilly no termina de lee el libro? —No sé, Aibileen. No sé. Aibileen mira hacia la puerta. Leroy nos observa desde detrás de la mosquitera. Se queda ahí, en silencio, hasta que me despido de Aibileen y regreso a casa. Esa noche, Leroy llega a casa a las cinco y media de la madrugada y se derrumba en la cama a mi lado. El sonido del golpe en el somier y su pestazo a alcohol me despiertan. Aprieto los dientes, rezando para que no empiece una pelea. Estoy demasiado cansada para defenderme. No he dormido nada, preocupada por lo que me ha contado Aibileen. Para Miss Hilly, Louvenia será una cabeza más en su galería de trofeos de caza. Leroy no para de dar vueltas, menearse y sacudir la cama, sin preocuparle que su esposa embarazada intente dormir. Cuando el muy tonto por fin se acomoda, me susurra: —¿Qué secreto os traéis entre manos, Minny? Siento cómo me observa. Puedo notar su aliento a alcohol en mi nuca. No me atrevo a moverme. —Sabes que terminaré por enterarme —amenaza—, como siempre. Pasados diez segundos, su respiración se ralentiza y me pasa un brazo por encima. «Dios, gracias por haberme dado este bebé», pienso. Es la única cosa que me ha salvado de otra paliza, el bebé que llevo en mi vientre. Es la triste realidad. Sigo sin poder dormir, apretando los dientes, preocupada, preguntándome qué va a sucedemos. Leroy sospecha algo, y sólo Dios sabe qué pasará si se entera. Seguro que está al corriente de la existencia del libro, todo el mundo lo sabe. Pero no creo que se imagine que su mujer sale en él. La gente, probablemente, piensa que no me importa que mi marido lo descubra. Sí, sé muy bien lo que piensa la gente. Se creen que Minny, la grande, la fuerte, sabe defenderse. No saben lo patética que me vuelvo cuando Leroy me pega. Me da miedo devolverle los golpes. Me da miedo que me abandone si le planto cara. Sé que no tiene sentido y me cabreo conmigo misma por ser tan débil. ¿Cómo puedo querer a un hombre que me muele a palos? ¿Por qué amo a un maldito borracho? Una vez le pregunté: «¿Por qué? ¿Por qué me pegas?». Se agachó, y con su cara frente a la mía, me dijo: «Si no te pegara, quién sabe de lo que serías capaz». Yo estaba arrinconada en una esquina del dormitorio, encogida como un perro mientras él me zurraba con el cinturón. Fue la primera vez que reflexioné sobre ello. ¡Ay, Señor Jesús! ¿Quién sabe de lo que sería capaz si Leroy dejara de pegarme de una puñetera vez? A día siguiente por la noche mando a todo el mundo a la cama temprano, yo incluida. Leroy no vuelve de la fábrica hasta las cuatro. Me siento muy hinchada para el mes en el que estoy. Ay, Dios, que igual tengo gemelos. No voy al doctor para que no me dé esta mala noticia. Lo único que sé es que este bebé es ya más grande que los otros que he tenido cuando nacieron, y sólo estoy de seis meses. Caigo en un sueño profundo. Sueño que estoy ante una gran mesa de madera y que voy a darme un festín. Devoro un enorme muslo de pavo asado. De repente, me incorporo de golpe en la cama con la respiración acelerada. —¿Quién anda ahí? El corazón me golpea en el pecho a gran velocidad. Miro a mi alrededor, en la oscuridad. Son las doce y media de la noche. Leroy todavía no ha vuelto, gracias a Dios. Pero algo me ha despertado. Entonces, me doy cuenta de lo que sucede. Acabo de escuchar eso que llevaba tanto tiempo esperando. Lo que todas estábamos esperando. Acabo de escuchar el grito de Miss Hilly.
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CRIADAS Y SEÑORAS
RandomSkeeter, de veintidós años, ha regresado a su casa en Jackson, en el sur de Estados Unidos, tras terminar sus estudios en la Universidad de Misisipi. Pero como estamos en 1962, su madre no descansará hasta que no vea a su hija con una alianza en la ...