No sabía si realmente encontraría la esfera de creación de la montaña de Seyser, pero debía asegurarse.
La brisa era fría y gélida, y no había rastro del sol, que se escondía tras las nubes. Vislumbró la montaña a lo lejos, y en la cúspide, una entrada, decorada por un bello arco ovalado, situado en una plataforma que sobresalía del pico.
Llegó a ella, y aminoró su velocidad.
Admiró el arco. Era rojo con motivos extraños, que daban relieve.
Se podía decir que para ser la montaña de un creador, gozaba de una bella decoración. Miró al interior, y sólo vió una puerta de unos dos metros. Lo cruzó, y llegó a ella. Empujó un poco, y abrió la puerta, que estaba cubierta de un manto de polvo. ¿Qué habría ahí dentro, para que nadie se atreviera a entrar?
Pasó la puerta de piedra, y la dejó entreabierta. Lo último que querría sería quedarse encerrada en aquel sitio mugriento y mohoso.
En la penumbra no podía ver nada, así que agitó su bastón con un leve toque en el aire, y creó una pequeña luz que recorría cada parte de la sala.
Era cuadrada y tenía unos seis metros de ancho y ocho de largo, con dibujos en las paredes. No había ninguna puerta para seguir avanzando, solo la que estaba para volver al exterior.
Se acercó a los garabatos de las paredes.
En ellos se podía ver a un ser inmenso, sentado sobre una montaña, que sostenía una radiante luz entre sus manos.
Rodeándole, habían pequeños monigotes, que le alababan con reliquias de gran valor.
El que estaba en la montaña simbolizaba a Seyser, y los otros eran los dioses, dándoles las gracias por su creación. Había uno de ellos que poseía un cetro en sus manos.
Siguió mirando los dibujos unos instantes, y pasó a otra pared.
Esta montaña poseía a un ser con una sonrisa diabólica, que iradiaba una siniestra aura.
Le rodeaban monigotes también, pero estos eran distintos. Ellos tenían un aura oscura también, que les salía de la espalda. Este debía ser Heyies, y los monigotes los dioses oscuros, creados por él. Daban algo de miedo, y sus codiciosas sonrisas no demostraban nada bueno.
Fue a la otra pared, y vió que esta era más simple. Era el tercer creador, Áfrend, que leía bajo un árbol un libro, junto con una figura de pequeño tamaño.
Él había creado la naturaleza, y junto a ella a Viridi. ¿Sería aquella figura que estaba junto a él Viridi? Después de todo, era el creador del mundo tal y como lo conocemos.
Dió vueltas por la habitación, pero no encontró ninguna entrada o puerta por ningún sitio. ¿Cómo se supone que iba a encontrar la esfera de creación?
Miró algo que había dejado pasar por alto todo el tiempo: Al suelo.
En él había un símbolo con la luna, el sol y las estrellas. Debajo de eso, habían letras: "Que la luz bañe las estrellas por siempre"
Ella se quedó pensativa unos instantes.
Seyser era el creador de los dioses, y según la leyenda, se convirtió en las estrellas.
"Espera" pensó ella.
Se dirigió al dibujo que simbolizaba a Seyser, y lo observó detenidamente.
Había un dios en especial que desentonaba entre todos los demás por los colores cálidos que habían utilizado para él.
Poseía un bastón, y de él salía una gran luz, que llegaba incluso a las estrellas.
Era ella.
Se fue al centro de la sala, y sostuvo su cetro con ambas manos, elevándolo hacia arriba.
Concentró toda su energía, y de él salió despedida un gran destello, que iluminó toda la sala.
Al cabo de unos segundos, del bastón salía una pequeña luz.
Miró al suelo, y vislumbró algo.
Todas las estrellas estaban encendidas, e irradiaban luz, pero había una que estaba apagada.
Se acercó a esa, y la pulsó.
Se accionó un pequeño mecanismo, que hizo que el signo del suelo se hiciera a un lado, y dejara al descubierto unas largas escaleras.
"Entonces era cierto" pensó, mientras las bajaba lentamente.
Fue descendiendo durante largo rato, con la única luz débil de su cetro.
Se olía a humedad. Finalmente, tras diez minutos de bajada, llegó a una sala que emitía una luz intensa.
Cuando llegó, vió la esfera en suspensión, y se acercó a ella.
Era de un color blanco, que decoraba la habitación con preciosas ondas de luz.
La agarró con ambas manos.
Era algo grande, pero no era pesada.
De pronto, la esfera se convirtió en luz, y le engulló.-¡Cuantas veces debo decírtelo!¡No somos enemigos, eso es lo que tú te piensas!
- Eres un creador más, y sólo puede haber uno. Ese seré yo.
- No tiene por qué ser así. Podemos convivir los dos en paz.
-¡Nunca! Sólo yo, Heyies, debo ser el único creador, y reinar el mundo. Y si hay alguien que se oponga, lo pagará.
-¿Para qué quieres reinar sobre un mundo nefasto y deshabitado? No merece la pena luchar por algo así.
-¿Osas oponerte a mis ideas, creador Seyser?
- Se te está yendo de las manos. Debo darte una lección.
Agarra un rayo de luz, y lo lanza en dirección a Heyies. Impacta de lleno.
-¡¿Cómo te atreves?!
Se acerca a él, y le golpea.
-¡Muere de una vez!- añade Heyies.
- Eso jamás- mientras le da un fuerte puñetazo en la cara.
Retrocede dolorido.
Seyser empieza a recaudar luz, y al cabo de unos instantes, la transforma en una espada radiante.
Heyies hace aparecer un arma de acero, al que van sujetos tres hileras de cuchillas.
-¡Prepárate para morir!- grita él furioso.
Ambos se lanzan contra el otro, y se atraviesan con sus respectivas armas.
- Soy el ganador- dice lentamente Heyies.
- No hacía falta acabar así- responde Seyser.
Ambos agarran luz y oscuridad, y la lanzan al cielo. Tras eso, las estrellas y la luna aparecen en el oscuro cielo.- Yo te serviré, diosa Palutena.
Despertó, y vio que tenía la esfera a su derecha.
La tocó para conseguir un nuevo poder, pero vió que no reaccionaba.
Vislumbró encima de ella, un grabado. ¿Quién los habría hecho? ¿Y desde cuando estaban ahí?
Era un ángel, y lo reconocía muy bien. Era Ícaro.Capítulo 4: Ayuda (Fin)
ESTÁS LEYENDO
Kid Icarus y el retorno de los Dioses.
Fanfiction¿Qué ocurrió tras la caída de Hades y la victoria de la luz? ¿La luz perdurará para siempre, o la oscuridad volverá a la carga? Dos ángeles, dos diosas, dispuestos a salvar al mundo de la oscuridad.