Primavera 4/4

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Cuando los suaves pétalos coloridos de la Primavera comienzan a marchitarse, perdiendo su vivo color con lentitud, destiñéndose y opacándose, preparándose para despedirse mientras las hojas se vuelven olivos, luego unas con el tronco que las vio crecer hasta volverse hojarasca, emerge la sensación de que todo debe llegar a su fin.

Para bien, o para mal.

Pero deben desprenderse y dejarse caer. 

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La base de la preocupación de ambos fue que ninguno pensó —se atrevió— sacar aquel tema sobre la peculiar corbata que seguía adornando la estancia. 

Y era el momento de él para hablar sobre su pasado amoroso.

—Shishio-san, agradecería que no se esfuerce en cocinar algo por mí cuando uno sabe que su mayor virtud no es la culinaria... —La chica comentó cambiando el canal de la televisión mientras diversos dibujos animados salían al ir de un programa a otro. El olor de la yakisoba comenzaba a esparcirse por toda la estancia, haciéndole rugir el estómago a la muchacha que apenas notaba el nacimiento de su apetito.

Una carcajada masculina de una duración de dos segundos fue emitida desde la cocina como respuesta a ese tonto intento de bajarle su dignidad como al hombre que pretendía cocinarle a la mujer que le robó el corazón, o que se lo arrebató sin haberlo planeado, con el fin de lucirse y recibir cumplidos por ello. Tan bajo había caído para añorar ser elogiado por su novia.

—La comida estará pronto, Kyoko-chan —La burla de la voz de Shishio fue evaporándose lentamente en el aire, pero ella la había inhalado muy bien y le molestaba que se le refieren así.

Samejima apagó la televisión y asentó el control en la pequeña mesa, apoyó sus codos en ella y acomodó su rostro entre sus palmas. Se quedó mirando hacia la pared, y por lo consiguiente, hacia ese mueble que hospedaba ciertas cosas.

Y ahí se encontraba reposando esa peculiar corbata con estampado de sushi.

Al principio Samejima pretendía saber más sobre aquel pedazo de tela, sobre cuán importante era aquéllo para su novio y quién se lo había dado. La historia que ese objeto traía detrás habría sido algo inolvidable para el maestro como para no dejarlo guardado en un lugar no visible y permitir que se empolve, tanto como si verlo ahí asentado fuera su fuente de energía matutina; eso pensaba la chica pelinegra cada ocasión que se encontraba en la casa del ajeno y se quedaba mirando esa prenda masculina que únicamente le traía intriga, curiosidad y un poco de ¿Celos?

  —Espero que no le haya faltado sal o más salsa de shoyu...—Cortó la oración larga que iba a decir. Una ligera mueca se mostró en el rostro del maestro ante tal imagen que deseaba no haber visto. De nuevo los ojos oscuros de Samejima se veían atraídos hacia el objeto que le había dado Suzume hace más de seis años atrás. 

En ese momento supo que por fin tenía que tomar cartas en el asunto.

Shishio la había encontrado ya continuas veces observando la corbata que ella le obsequió. Sabía muy bien que tarde o temprano debería hablar sobre ello, guardarla y reemplazarla por la que Samejima le regaló en Diciembre; más que nada, él mismo quería demostrarse que había seguido adelante y ahora estaba surcando lo venturoso de su destino con pasos seguros y con alguien junto a él para asegurarse de que no volviese hacer un desastre colosal en su vida; sin embargo, por algún motivo se rehusaba a guardarla y mucho menos pensaba arrojarla al bote de la basura. Ese objeto pertenecía a un fragmento importante que vivió y que jamás estaría dispuesto a olvidar. No iba a desechar fácilmente las buenas memorias que tuvo con su segundo amor, así como tampoco lo haría con los años que le dedicó al primero: ambas mujeres le ofrecieron felicidad en su momento y sentimientos que nunca serán reemplazados ni brindados por alguien más. Sonrojos, sonrisas, abrazos que sólo le pertenecerían exclusivamente a cada una.

Cigarrillos y alcoholDonde viven las historias. Descúbrelo ahora