El alma grita cuando no soporta más cargas turbadas encima, que la inmovilizan y obstaculizan, tales piedras laceradoras como pisadas vacilantes, incluso convertidas en espasmódicas respiraciones.
El alma llora cuando el peso de los arrepentimientos se tornan en algo más inmenso y fatigoso, que lastiman y perforan, que cortan y penetran, y se convierten, quizás, en impedimentos inhumanos, pasos contrarios y a la inversa, imposibles esfuerzos por continuar, porque abruman demasiado, tanto, que se deben dejar atrás, olvidados bajo la arena oscura del mar sin evocarlos nunca más. Pero, a pesar de todo, esas lágrimas son de grandeza, sin importar cuan escasa la luz sea. Sin embargo, permanece firme y prosigue.
El alma ríe, ríe tan sonoramente, tan sinfónicamente, tan apabullantemente, que no importa nada en absoluto porque se deleita de las bondades de la vida, las purezas de las acciones, la alegría que recibe, porque es un alma que vive con dicha, porque posee un rector que lo guía, y es un ente al cual no le afecta la tempestad por más rebelde y caprichosa que sea.
Pero el alma muere, muere cuando pierde lo único que tiene y le pertenece, ese único que huye de sus dedos, que se desliza entre ellos como el agua, o el viento, y reconoce que no regresará, que jamás retornará a su lado, porque entiende que lo ha perdido eternamente; por lo tanto, toda neblina se densifica y dispersa, nubla todo a su paso, engulle la escasa luz restante. Se convierte en algo inexistente.
Entonces, se soporta lo insoportable, y se resiste. Eso es todo.
Diciembre, Jueves 25
Navidad, entre todas las celebraciones y festivales dentro de la cultura del Sol Naciente, resaltaba por sus fiestas alegres, luces titilantes y de vez en cuando cegadoras, cánticos asfixiantes por su continua repetición en las tiendas departamentales, un frío endemoniadamente ingrato en las calles, parejas acarameladas por doquier y que presumen con gusto su amor ante los transeúntes desdichados, el consumo del sake como si fuera un vital líquido, comida excesivamente elaborada y, sobretodo, regalos. Exacto: Regalos de cualquier índole
Los regalos habían sido enviados el día anterior a los correspondientes, e incluso se vio así mismo comprar de más cuando vislumbró toda la variedad de productos detrás de los escaparates en un bulevar, dentro de Shibuya, durante su retorno al departamento. Ese trayecto "centro de envío a casa" había resultado tan inesperado y extenuante. El café estaba agotado en su alacena así como su arsenal de alcohol, la cesta de ropa estaba repleta con prendas y unas cuantas despilfarradas por los suelos, y libros, muchos libros diversos esparcidos en su habitación, ya sea con un calcetín como separador, apilados en grandes torres tambaleantes o abiertos en alguna página al azar. Shishio siempre reconocía, y de nuevo, que el orden no era su mayor fuerte, ni nada cercano a ello. Simplemente no era lo suyo.
Satsuki Shishio amaneció aquel día con ambas fosas nasales tapadas, por lo que se echó un cigarrillo para poner a prueba una pequeña hipótesis —por supuesto que sin bases metodológicas y colgándose de lo mero empírico— que constaba de comprobar si el tabaco tenía fines medicinales para curarle la congestión; el resultado fue fatal, fumar traía efectos antagónicos tras de sí al encontrarse en esa condición ya que el humo obstruía, de por medio, ciertos conductos, por lo tanto terminó apagando el fogonazo del puro con el frío del piso y tosiendo de último. Aquella mañana fue embargado por la pereza, cocinar el desayuno no le apetecía en lo más mínimo pero tampoco comprar comida rápida era su última opción; ya no compraba de esos bentos instantáneos en las tiendas de servicio desde hace un par de años.
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Cigarrillos y alcohol
FanfictionDespués de seis años, después de que su corazón se quebró por segunda vez, después de que fingió otra sonrisa en el rostro cuando su tristeza era más inmensa que aquella infantil mentira, Satsuki Shishio no sabe cómo seguir con su vida. {Hirunaka no...