Primavera 1/4

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        La primera mentira que ella dijo desde que conoció a ese hombre —su vecino— fue que nunca se había enamorado

        Pero vaya que sí, lo cual y a su gran pesar, Samejima ya había conocido el amor.

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       La chica solía asistir a una preparatoria cercana al departamento de sus padres —cuatro cuadras para ser exactos— dentro de un edificio enorme en Shibuya, Tokyo. En aquel edificio vivían alrededor de aproximadamente cuarenta personas, pero no entre todos ellos existía algún vínculo de amistad u otra relación. La familia Samejima tenía una estrecha amistad con la familia Maeno, relación que se pactó desde que ambos matrimonios nuevos se mudaron por coincidencia el uno al lado del otro en ese conjunto departamental. Por suerte de ambas esposas, estando embarazadas en sincronía, aquéllo les ayudó a cultivar una cercanía más pragmática, además de que sus hijos nacieron con casi dos meses de diferencia el uno del otro. El pequeño Towa Maeno nació el diecinueve de Julio y la pequeña Kyoko Samejima el veitisiete de Septiembre. Aquellos chicos jugaron juntos, se bañaron juntos, comían juntos, dormían juntos y crecieron juntos, eran considerados un dúo inseparable que atravesarían todo juntos. Y como en toda historia de amor, el diminuto mundo a su alrededor creyó que ellos terminarían casándose. Pero esos dos chicos sólo se veían como hermanos, hasta en aquel momento.

        Quizás, alguno de esos adolescentes era un ser que veía esas contrariedades como placeres vitales, placeres que le imploraban ser satisfechos.

       En la Primavera de su primer año de instituto ocurrió un cambio dentro de las percepciones de sí mismos, aquella campanada que marcaba el comienzo de algo nuevo simbró en el interior: el porvenir. Después de todo, la Primavera significaba un cambio...

          Sus pies se desplazaban a cada paso encima del asfalto que se encontraba debajo de ellos y que revestía las calles poco transitadas, otorgándole el permiso y posibilidad de llevarla hacia el instituto. Sus útiles escolares no eran sus únicos acompañantes durante esos trayectos matutinos, jamás había asistido al colegio sola, ni tampoco imaginó que pudiese existir tal realidad. Towa siempre se encontraba ahí, a su lado, haciendo sonidos con la boca como tontos intentos de canciones tarareadas, caminando a su costado, sus manos rozando con las suyas, riéndose de ella cuando sus coletas resultaban algo desaliñadas o sonrojándose cuando ella decía algo para incomodarlo o burlarse de él. Samejima siempre pensó que Towa estaría ahí a pesar de todo porque eso fue lo que prometieron, lo que habían jurado desde pequeños, un pacto que ninguno soñó si quiera destrozar o hacerlo culminar. Eran amigos de la infancia, mejores amigos, tal vez hermanos, pero Towa no se conformaba con eso. Él quería abrazarla, tocar finalmente su mano y entrelazar sus dedos, en vez de tener el dorso de ambas acariciándose inocentemente entre ellas al andar y limitarse exclusivamente a contenerse y anhelar a la distancia, quería robarle muchos besos cuando ella menos se lo esperase y que ella le diera los buenos días con esos besos brevísimos que él creía que ella únicamente accedería a regalar; Towa sólo quería amarla con todo lo que podía aunque estuviera corto de experiencia y ella fuese su primer amor, y él fuese el suyo.

—Me gustas, Kyoko, desde hace mucho, mucho tiempo. Por favor, sal conmigo.

        Tenía los ojos nublados, el brillo de sus ojos titilaba como estrellas en un oscuro firmamento, no le apetecía llorar ni motivos se encontraban para tal, pero su respiración disminuía, su corazón dolía, ardía y repiqueteaba. Samejima jamás idealizó que Towa se sintiera así por ella o que ella fuera capaz de hacer sentir a alguien de aquella forma tan foránea con respecto a lo que conocía y había experimentado, ni sus adorados mangas shoujos fueron de ayuda para percatarse. La chica no pensaba rechazarlo porque si no analizaba sus palabras con cautela, o medir la extensión de cada una, toda esa amistad construida se esfumaría; pero tampoco consideraba aceptarlo tan a la ligera cuando ningún sentimiento cercano al amor floreció en ella al escucharlo. Tomó una bocanada de oxígeno, relajó sus músculos mientras dejaba que todo el aire fluyera hacia sus respectivos lugares para cumplir con sus cargos, no tardó en partir los labios dispuesta a hablar.

Cigarrillos y alcoholDonde viven las historias. Descúbrelo ahora